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Externalidades

A la ciudadanía

GERARDO JIMÉNEZ GONZÁLEZ

La presencia humana en el planeta ha implicado, particularmente desde el descubrimiento de la agricultura, una alteración continua de los ecosistemas naturales: la apertura de tierras y el establecimiento de cultivos en ellas provocó el desplazamiento o exterminio de las especies que ocupaban esos espacios físicos, poco a poco se fue imponiendo la visión antropocéntrica sobre el ambiente que nos rodea de disponer a nuestro servicio los recursos naturales.

Estos cambios se centraron principalmente en aquellos lugares donde existían suelos fértiles, agua y condiciones climáticas para la siembra de alimentos, pero la verdadera alteración en el ambiente ocurre con el advenimiento del capitalismo y la industrialización que exigieron una demanda incesante de alimentos para la creciente población que se concentraba y multiplicaba en las nacientes ciudades, así como de materias primas que requerían los procesos industriales.

Este espectacular crecimiento económico ocurrido inicialmente en los países desarrollados se basó en una expoliación de esos recursos en sus propios territorios como sucedió con los bosques en Europa y Estados Unidos (en este último se redujeron hasta un 85 %), pero también en los países que colonizaron. El nivel de desarrollo alcanzado en estas naciones no hubiera sido posible sin los minerales, alimentos y materias primas agrícolas, petróleo, gas o carbón y otros bienes primarios de las economías periféricas.

Pero no sólo ocurre esta expoliación de bienes, sino que también ese crecimiento económico ha provocado otros efectos que no han sido debidamente cuantificados, quizá el más sobresaliente de ellos es el cambio climático global. La industrialización de las naciones desarrolladas se ha soportado en fuentes energéticas provenientes de combustibles fósiles sin las cuales no hubiera sido posible movilizar la maquinaria que procesaba los metales y las fibras naturales, transformaba los alimentos, impulsaba los medios de transporte para movilizar las materias primas y las mercancías elaboradas.

El uso del carbón, petróleo y gas como fuente de energía revolucionó las economías del hemisferio boreal, a la vez de que incrementó de manera significativa las emisiones de dióxido de carbono contaminando la atmósfera terrestre. En aquellos albores de la industrialización no se consideraron los daños externos que provocaba esta revolución tecnológica y económica, los daños que tres siglos después constituyen el principal problema ambiental del planeta y que hoy preocupa seriamente a los científicos, políticos y los propios ciudadanos que van informándose sobre estos asuntos.

Esos daños externos o externalidades, comúnmente no son cuantificados en los costos económicos de las actividades productivas que realizamos, y hoy vemos que tienen un impacto más allá de las fronteras nacionales; la contaminación atmosférica con gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono por el uso de combustibles fósiles o de metano derivado de la descomposición de materia orgánica, están provocando el calentamiento de la Tierra con impactos a nivel global, en todo el planeta.

Las externalidades también se presentan a nivel nacional o local. La deforestación de nuestros bosques por la tala no controlada de sus árboles para extraer madera, que en México se estima en más de medio millón de hectáreas al año, están reduciendo su capacidad de secuestrar el CO2 que emiten las fábricas, vehículos automotrices, termoeléctricas, o de metano de la agricultura, ganadería, residuos sólidos, embalses y otras fuentes, aunado a que incide en el régimen hídrico de las cuencas, en la biodiversidad que existe en esos hábitat, entre otras, que proveen servicios ambientales no cuantificados en la relación costo-beneficio de esa actividad económica.

La extracción indiscriminada de agua de los depósitos subterráneos como sucede en la Comarca Lagunera con el Acuífero Principal, ha posibilitado un crecimiento económico regional importante en torno al complejo forrajero-lechero-lácteo, pero también ha provocado un abatimiento de los niveles freáticos y la consecuente contaminación del agua con impactos que se ven en la disminución en su disponibilidad y calidad para el abasto de la población, en la conservación de los pocos ecosistemas naturales al no considerar al ambiente como usuario del agua, o en la salud humana al consumir agua contaminada.

De igual manera, la extracción de hidrocarburos no convencionales, en particular gas shale, habrá daños directos debido al uso de la fractura hidráulica como tecnología para la fractura de las rocas de lutita para liberarlo, pero también se presentarán externalidades al generar más emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático, se contaminarán cuerpos de agua dulce, se afectará la salud de la población. Por más que justifiquen económicamente esta actividad los políticos y empresarios que la promueven, deben ser honestos ante los ciudadanos y reconocer que tales daños existirán y no ocurrirán en la dimensión que señalan.

Tanto la tala indiscriminada de árboles en bosques templados como la sobreexplotación de acuíferos o la extracción de gas shale en zonas áridas, son actividades que han impulsado economías nacionales o locales, han sido fuente de riqueza y empleo, pero también han provocado externalidades que perjudican a la naturaleza, a la población, a otras actividades productivas y a ellas mismas porque limitan sus propias expectativas económicas al cruzar los umbrales que les rigen.

La identificación y cuantificación de las externalidades debe verse como una exigencia para regular las actividades económicas, incorporarlas dentro de sus costos económicos, particularmente en aquellas que han mostrado un abuso en el manejo de los recursos naturales como los casos señalados, ya que finalmente somos los ciudadanos con nuestros impuestos quienes terminamos pagando las soluciones que deban aplicarse. Eso no es desarrollo sustentable e implica continuar caminando como los cangrejos.

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