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Fanatismo

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Siempre ha habido guerras. Es posible que sea cierto. Nuestro horizonte de pasado es demasiado estrecho como para sostener seriamente esa afirmación (alcanzamos a ver apenas unos 8 mil o 9 mil años hacia atrás, en una historia de la humanidad que, aseveran los científicos, lleva corriendo unos 100 mil años). Pero aún bajo el supuesto de que, efectivamente, la historia humana esté enmarcada por los conflictos bélicos, tendríamos que aceptar que las guerras de hoy no son iguales a las de antes.

No sólo es el armamento, capaz de destruir varias veces el planeta. Es el hecho de que, quienes planifican y deciden las guerras de hoy, no corren en realidad peligro alguno de perecer en ellas. Anteriormente, cuántos reyes y emperadores dejaron la vida en un campo de batalla. Caían presas de sus ambiciones, de sus deseos de gloria, de su ilusión de convertirse en leyendas. Hoy en cambio, desde la cómoda protección de un bunker, los amos de la guerra deciden la muerte de los demás.

Las víctimas, las de aquí y las de allá, no son más que cifras vacías. Datos que en el mejor de los casos se sostienen en la memoria como un símbolo. Los 43 siguen siendo, para la gran mayoría, sólo un dato más, que no tiene rostro, sin pasado ni vínculos de ninguna especie, que no son nadie porque nunca lo fueron.

Los amos de la guerra, en contraste, esos sí que son un alguien. A ésos les abren las puertas de sus automóviles lujosos; los reciben en "sitios importantes" y los saludan cortésmente. Ellos no son sólo un número. Son don fulano o don perengano. El mundo los escucha hablar sobre la paz y del camino para conseguirla, que jamás es otro que el de la agresión y el uso del poderío militar.

Pero su arma más peligrosa es la palabra. Con ella construyen enemigos y nos enseñan a odiarlos. Nos ilustran acerca de los muertos que duelen y de aquellos cuyo deceso nos debe ocasionar alegría. No hay guerra justa sin un malo. Ellos nos ayudan a identificar quiénes deben ser destruidos y por qué. No importa si previamente fueron ellos mismos, los amos de las guerras, los que armaron y empoderaron al que ahora deciden eliminar.

Hoy, gracias a los amos de la guerra y sus medios propagandísticos, sabemos que no hay nada peor que el fanatismo. Por eso envían sus ejércitos a suprimir ese mal y así "protegernos". Aquí y allá sólo mueren inocentes.

Los verdaderos fanáticos, los que han hecho del poder y del dinero una religión, ésos viven en paz.

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