Para vivir tu primer encuentro con la nieve, Montreal es el lugar ideal.
Al abrirse las puertas del aeropuerto internacional de Montreal, el viento me recibió con un golpe en la nariz. Me dolió respirar. El aire congeló mis fosas nasales, no sin antes darme un par de cachetadas. Ese día, la sensación térmica era de -25° C. Nunca imaginé cómo podría sentirse eso.
El primer día me convertí en una cebolla con capas de ropa que cubrían mi cuerpo. Vestirse en estas latitudes lleva tiempo y requiere algo de paciencia, sobre todo, si el turista va de tienda en tienda, poniéndose y quitándose el gorro, los guantes y la bufanda.
En una de las calles del centro de la ciudad, me topé con un lindo bebé de mejillas rosadas. Seguro nació con un trineo bajo el brazo. Él sonreía mientras mis dedos no podían sostener la cámara por el entumecimiento y mi cara parecía agrietarse. Temblaba como un perro Chihuahua.
Entendí por qué los canadienses aman el verano: de diciembre a marzo, son comunes las nevadas y el frío permanece unos ochos meses al año. Pese a ello, la vida continúa alegre en esa ciudad, en la cual se construyó una larga red de túneles subterráneos que conectan estaciones de Metro con museos, hoteles, edificios corporativos o escuelas. Dentro, hay toda clase de negocios: farmacias, restaurantes, tiendas de "souvenirs". Son kilómetros de caminos amplios, iluminados y bien vigilados en los que se protegen del frío. Es fácil confundirlos con un centro comercial.
Pero también es un deleite caminar por las calles de los barrios o del viejo Montreal durante el día. Las casitas victorianas de tres pisos, con sus escaleras externas, parecen el escenario de una bola de cristal. Las boutiques de productos y diseños locales de botas peludas de todos los estilos, abrigos, guantes, gorros y chamarras están en cada esquina.
Una de ellas es Harricana, en el barrio de Saint-Henri, de la diseñadora Mariouche Gagné. Es una llamativa boutique de abrigos de piel, lo que muchos considerarían una abominación. Pero al enterarse de la historia, la perspectiva cambia. Gagné es creadora del concepto "ecoluxe", en el que el lujo no está peleado con el cuidado de la naturaleza. En sus tiendas, recibe viejos abrigos de piel olvidados en el armario para transformarlos. El rescate y reutilización de estas piezas propone, si no eliminar, al menos reducir la compra de pieles nuevas. Hace unos años, por cuestiones climáticas (y también por glamour), en Canadá eran populares esas prendas. Los precios son elevados (el abrigo más sencillito puede costar unos mil 200 dólares), pero vale la pena darse una vuelta por el establecimiento. Las mujeres, seguro, se enamorarán de alguna que otra bolsa de piel.
Pies gigantes
Al mediodía, el sol decidió asomarse un poco. Era mi primera caminata en "raquetas" o zapatos de nieve. El punto de inicio fue Maison Smith, el centro de visitantes ubicado en el corazón de Mount Royal, pulmón verde en el norte de la ciudad.
Después de ajustar los zapatos de nieve a mis botas, inicié el paseo junto con un grupo de siete personas. En algunos senderos del parque, la nieve me llegaba hasta las rodillas, pero las "raquetas" evitaban que me hundiera del todo. Era como una niña dando mis primeros pasos.
Un rato más tarde, comencé a sentir el cansancio. Con las raquetas se tiene la sensación de que los pies son más grandes y por consecuencia los novatos dan pasos más grandes. El truco para no lloriquear por el agotamiento es caminar con naturalidad; los zapatos no son pesados y permiten la total movilidad del pie.
Entre tropiezos, malabares para esquivar ramitas secas, montículos de nieve y piedras, fui subiendo hacia la cima del Mount Royal, el cual inspiró el nombre de la ciudad. Se alza en medio de una isla en el centro de la segunda urbe más grande de Canadá. La montaña mide 233 metros de altura y se formó hace aproximadamente 125 millones de años.
Durante el paseo de dos horas, pude ver a esquiadores, corredores, uno que otro local que paseaba y jugaba con su perro y hasta gente en bici de montaña, todos unos expertos en un suelo húmedo y resbaladizo.
De regreso al punto de partida, el guía me compartió chocolate caliente. Pero si el visitante lo solicita, puede contratar el paseo con vino espumoso incluido. En el parque, se renta equipo para patinar en el lago congelado, esquíes para dar un tour en compañía de un guía, o trineos para deslizarse sobre las colinas.
Desayuno "arruina-dietas"
Para contrarrestar tanta quema de energía, fui a la P'tite cabane d'la côte, a 50 minutos del centro. Es una típica "cabaña de azúcar" donde se extrae la miel de maple. En su restaurante rústico, preparan el tradicional desayuno de temporada que se sirve en grandes porciones al centro. Incluye todo lo que el cardiólogo prohíbe: jamón ahumado, carne de cerdo empanizada, huevo, hot cakes con miel y otros bocaditos "arruina-dietas".
Además del menú generoso (imposible terminármelo) y rico en calorías para soportar la actividad y clima de estos lares, es posible dar un paseo en trineo jalado por caballos y convivir con algunos animales de granja. Pero los turistas llegan desde lejos para conocer el proceso de obtención del jarabe de arce, con el que se elabora la miel de maple. En la tienda, se puede adquirir miel y elegir entre tres niveles de dulzura.
Aquí los niños son los más felices: aprenden a hacer, en minutos, una rica paleta sólo con el viscoso dulce y un poco de nieve.
Mientras mi grupo hacía paletas yo me aparté un poco. No era necesario tener público presente. Dejé salir a la niña que aún llevo dentro y me puse a hacer angelitos en la nieve.