Sabemos que estamos en una crisis civilizatoria, con una fuerte descomposición del tejido social y del menosprecio total (violento y cruel) de lo humano, sobre todo de lo humano periférico, excluido y empobrecido.
Reflexionemos junto la actual coyuntura económico-cultural. Implica discernir los rostros, las actitudes, las resistencias, las esperanzas y las alegrías de la gente que ve, en medio de la injusticia, una fuerza que sopla en medio de la nada y enciende fuego de lo que parecía sólo cenizas y despierta la esperanza de vida digna transformando este mundo en un lugar para comer juntos, donde todos se cuidan mutuamente, donde no hay "primeros lugares" ni deseo de poder, sólo el abrazo fraterno y la solidaridad hecha carne.
El 7 de junio, más mexicanos de los que se pronosticaban acudimos a las urnas a votar. Así demostramos que somos muchos los que deseamos participar en la construcción de un México mejor, sin dejarnos seducir o amedrentar por la indiferencia, el desorden o la violencia. Es posible encontrar soluciones a los problemas comunes a través del diálogo, el respeto y la participación. Pero no podemos considerar verdaderamente libre al hombre que tiene hambre, que está en la miseria, que no tiene trabajo, que es humillado porque no sabe cómo mantener a sus hijos y educarlos. Éste no es un hombre libre. La libertad sin justicia social es una conquista vana. Es el propio Papa Francisco, quien con sus acciones y palabras fortalece las viejas y necesarias esperanzas de un cambio. Sin medias tintas exhorta a "entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma" (Evangelii Gaudium 30)".
El sistema de esta crisis civilizatoria tiene varias dimensiones: La económico - financiera, la del trabajo, la energética, la alimentaria y la ambiental y cultural. Si alguno piensa que esta crisis es pasajera se equivoca rotundamente. A menos que hagamos algo, seremos de las últimas generaciones en la Tierra. Pero lo que hay que hacer no se reduce a ser más competitivos para continuar combatiendo con las reglas de la ley de la selva. Si se quiere salvar el país y a la tierra misma es necesario un cambio radical. En el aspecto económico es imperativo cambiar la lógica de producción, circulación y consumo para buscar formas menos destructivas en la naturaleza y en las capacidades de los seres humanos. En esta perspectiva, la milenaria cultura con la que contamos, se convierte en la respuesta a la crisis de un México y un mundo que se consume y se suicida en la dinámica neoliberal que, fracasada, se resiste a aceptar su derrota.
La economía ha dejado de ser el arte de satisfacer las necesidades de la gente y ha cambiado su fin a la generación de dinero que en sí no sirve, no alimenta, no calienta, no divierte ni genera amor. El concepto de hombre y de sociedad se ha tergiversado. El valor humano primordial es la persona y debe sortear engañosas perspectivas individualistas, neoliberales y consumistas. Un ejemplo de esto es "la mentira democrática" que no es sino la oligarquía de los poderosos que se han apoderado de las palancas ocultas del organismo político, de la prensa, de la opinión pública, de la cultura y a veces hasta de los representantes del mundo espiritual para imponer la voluntad de una clase y plasmar incluso las aspiraciones de las masas de acuerdo con el modelo propio. Se presume que da algunas libertades, pero están impedidas por el capitalismo. ¿La igualdad? Se proclama la igual posibilidad en la búsqueda del dinero; pero es una gran hipocresía, pues la enseñanza y las funciones de mando, en conjunto, son un monopolio de casta, y las oportunidades afectan de modo diverso a los ricos y a los débiles. La soberanía popular en este sistema es pura ilusión como ya lo constatamos recientemente con las elecciones. El estado representa a masas cansadas que votan, pero al final de cuentas están bajo el dominio de las potencias capitalistas que con los legisladores y la prensa sostienen el sistema.
Es por eso necesaria una "realfabetización" económica simple, pero a la vez profunda que haga ver que el sistema actual no es ni el único ni el mejor para satisfacer las necesidades humanas, sino que es un medio que ha creado pobreza y destrucción en la población y en el medio ambiente; que es una falacia las premisas que lo sostienen: No es verdad que estamos para competir y acumular como si fueran tendencias naturales del hombre; a quienes no tienen esta tendencia se les tacha de tontos, flojos, atrasados, faltos de iniciativa y perdedores; con la fuerza de los medios hacen parecer natural esta forma de economía y ocultan las demás; miden el éxito por lo que se tiene sin considerar si se es feliz o si se satisfacen las necesidades humanas. La economía perdió su objetivo original y se buscó un fin en sí misma. La prueba de su incapacidad es que ha conducido a la mitad de la población mundial a una situación de pobreza y exclusión.
La economía replanteada sobre auténticas dimensiones humanas debe primero aplicar las formas de economía probadas por muchos siglos, no sólo por indígenas, sino por la población actual que, sólo últimamente, ha sido contaminada por una ideología y un sistema que no pertenece a la cultura nuestra; en segundo lugar jerarquizará las necesidades priorizando la subsistencia y la sustentabilidad y rechazando el consumo o la explotación de recursos; un tercer criterio sería globalizar la caridad, en base a una solidaridad creciente entre los pueblos, promocionando sistemas ancestrales de producción probados (como la milpa), y que habían sido desplazados; como cuarta consideración se requiere que sirva a todos y no sólo a unos cuantos privilegiados; el quinto es la apertura a nuevas tecnologías y aportaciones científicas que optimicen sin que supriman los objetivos éticos y culturales; finalmente un sexto objetivo sería tomar en cuenta las posibilidades concretas de cada comunidad, región o país, sin quebrar los valores existentes, ni saltar la necesarias fases intermedias.
La economía solidaria es la solución factible contra esta crisis. Un nuevo modelo económico que combata no sólo el hambre y la ignorancia, sino la falta de libertad que éstas acarrean. En Cáritas Diocesana de Gómez Palacio hay ya un inicio efectivo en ese sentido.
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