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YAMIL DARWICH

En diversas ocasiones he escuchado la sentencia: "¿qué mundo les estamos dejando a nuestros hijos?, refiriéndose entre otras cosas a la conciencia ecológica. También existe una contrafrase: ¿qué hijos le estamos dejando al mundo?

Dialoguemos sobre el tema:

La evolución de las sociedades ha sido vertiginosa y en los últimos cincuenta años, la multiplicación de la información y del conocimiento de las ciencias y las tecnologías ha sido tal, que requiere formas novedosas de educar.

Así, las escuelas -en todos los niveles- deben enfrentar la necesidad del constante cambio en sus planes y programas de estudio; baste el ejemplo del conocimiento de la física o la química, que ha revolucionado de tal manera que lo que aprendemos hoy es rebatido o rebasado en sólo unos cuantos meses.

Los métodos didácticos también han sufrido la revolución del cambio y hoy día hablamos de competencias más que aprendizaje y memorización de la información; debemos encontrar maneras de facilitar y olvidar enseñar magisterialmente, como lo hacían los profesores de antaño.

Un joven medianamente adaptado a este nuevo mundo, es capaz de navegar en la Internet y en unos cuantos minutos encontrar la información que le encargaron de tarea; aún más, si se esfuerza un poco, descubrirá contraposiciones a ideas y declaraciones del profesor y si éste no está actualizado será víctima de su enmohecimiento educativo.

Ese mundo es el que habitan nuestros muchachos y aunque han recibido el entrenamiento adaptativo a los medios cibernéticos, no alcanzan a dimensional el enorme conocimiento que existe en ese espacio virtual o probablemente no están preparados para diferenciarlo y consecuentemente llegan a desorientarse.

Toda esa revolución mundial que vivimos ha generado cambios y reevaluación de normas, leyes y formas de vivir; los mismos valores tradicionales son rejerarquizados y han aparecido otros que no considerábamos en generaciones anteriores. El mejor ejemplo es la conciencia ecológica -muy necesaria y urgente- tan promovida entre los nuevos mundanos.

Incluya las nuevas formas de convivencia y reglamentaciones en la relación humana: la educación en casa; la formación académica; las reglas de etiqueta y comportamiento social, hasta las actividades de divertimento son diferentes.

En todos los casos se habla de evolución y desarrollo, siempre orientándose a las mejores condiciones de vida y la preservación de la calidad de la misma, aunque yo tengo mis dudas.

Le propongo consideremos algunos ejemplos de cada caso:

Hoy día, los padres están advertidos por ley en las formas de educar a sus hijos y en ningún momento o por razón alguna pueden llegar a los castigos corporales. En mi caso, los correctivos con el cordón de la plancha me hicieron reaccionar a tiempo y nunca pensé que Tencha, mi mamá, no me quería; por el contrario, terminaba dándole la razón y admirando su empeño en hacerme una mejor persona.

Estudié hasta la preparatoria en un colegio lasallista, semimilitarizado en aquellos tiempos y sin alumnas. Las penalizaciones eran severas, incluyendo castigos en sábados y domingos, si acaso no aprobábamos las materias de estudio o éramos indisciplinados; hoy día, como muchos condiscípulos, recuerdo con admiración y profundo agradecimiento a nuestros educadores; muchos de ellos quedan en el recuerdo: Pedro Camino y Rubén Sámano, entre otros. Que triste comparación con los actuales trabajadores (?) sindicalizados de la educación.

Las reglas de convivencia distintas y con límites, ahora considerados intolerables por los jóvenes. Podíamos vagar por las calles de La Laguna hasta las primeras horas del día, pero debíamos llevar a su casa a la novia temprano, no más allá de las diez de la noche, cosa de risa para los adolescentes del presente, ya que las fiestas y el ambiente de los "antros" que ellos frecuentan empiezan a trabajar pasadas las once y las amigas pueden irse a casa, por su cuenta, ya de madrugada.

Claro que existían drogas, principalmente el consumo de marihuana, pero no eran condicionantes para estar divertidos. El alcohol era consumido en menores cantidades a las actuales y no pocos de mis compañeros se aseguraban de no llegar a casa con aliento alcohólicos o con olor a tabaco. Actualmente algunos "papis" le encienden los cigarrillos al hijo.

Eran normas de respeto aceptadas sin discusión, aunque hoy día sea normal "pistear" en la cochera, ante el disimulo de los mayores.

Como en otros Diálogos, le insisto que es mentira aquello de "todo tiempo pasado fue mejor", pero también estoy convencido que debemos aclarar y marcar los límites de convivencia, orden y respeto entre adultos y menores de edad, con "ternura en los labios y firmeza en el corazón", como sentenciara la reconocida educadora Margarita Gómez Palacio.

Le propongo dos alternativas: una es la imposición de la autoridad; le pronostico pésimos resultados. La otra: actuar con amor e inteligencia y cambiar, poco a poco, nuestra relación con los seres queridos.

ydarwich@ual.mx

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