La desconfianza en las elecciones es mucho más que una ola de apatía. El descrédito no cubre solamente a los partidos sino también a las autoridades electorales. La crisis que atravesamos mancha todo el proceso político y vuelve a poner en interrogante el sentido del voto. La desconfianza en las elecciones alienta la abstención pero va más allá de ese misterioso silencio de los electores. Rechazar el voto se ha convertido en una causa política, un vago proyecto reaccionario para desmontar el instrumento crucial de la democracia. En lugar de corregir el régimen electoral, huir de él. No hablo de quienes llaman a boicotear las elecciones, ni de quienes llaman a la anulación del voto. Quiero hablar de quienes defienden otros métodos para nombrar representantes. El voto, con toda su modestia, sigue siendo el mejor símbolo de la igualdad política y la responsabilidad ciudadana. Un instante en que la voluntad de cada elector se comprime en una cifra idéntica; un acto que exige involucramiento libre y que, en consecuencia, llama a la responsabilidad. Recientemente se han levantado dos propuestas para escapar de esa práctica Huir del sufragio para escoger representantes por azar y restaurar la idea de los parlamentos como delegados del poder. La intención es opuesta pero el instrumento es el mismo. Unos quieren abrirle la puerta a los ciudadanos de a pie; los otros pretenden refinar la representación con ilustrados. El enemigo es el mismo: el voto.
El Movimiento de Regeneración Nacional propuso que una parte de sus candidatos de representación proporcional fuera designada por sorteo. El azar escogiendo a los aspirantes del nuevo partido. La idea no deja de ser interesante: la suerte, se sabe bien, es el dispositivo más igualitario, el recurso democrático original. Así se conformaban las magistraturas en la antigua Atenas. Andrés Manuel López Obrador, quien por cierto, cree que no debe haber exámenes de selección para las universidades y que el sorteo debe usarse como mecanismo de admisión, propuso la medida para las elecciones de este año. La idea del sorteo parece una fórmula capaz de escapar el faccionalismo que tanto daño ha hecho a la izquierda. Parece también un mecanismo para arrebatarle a las cúpulas el control de las posiciones electorales. Es cierto, el sorteo podría ser un veneno contra la política tribal y un estímulo a la incorporación de políticos no profesionales al Congreso. Pero al eliminarse la competencia interna por los puestos de representación, se mata la diversidad en la que se asientan los contrapesos que toda institución requiere ¿Qué tipo de candidatos podrían emerger de una tómbola? Candidatos representativos, sin lugar a dudas. Pero serían militantes aislados, carentes de una afiliación específica, con actividades profesionales distintas a la propiamente política. ¿Podemos anticipar responsabilidad política en quien ha ganado la lotería? El mosaico del azar retrataría con fidelidad a la militancia pero, en su aislamiento, sería más dependiente de esa figura de cohesión irrebatible. Dice bien José Antonio Aguilar que la gran paradoja de esta propuesta radica en que se trata de una medida democrática y, al mismo tiempo, caciquil. El voto estructura la representación política. Escapar del sufragio es una brillante propuesta populista para desmoronar institucionalmente la democracia.
La izquierda en la Ciudad de México ha decidido darle la espalda también al voto para la integración de un congreso constituyente. La decisión está en el aire por el sensato rechazo de la Cámara de Diputados pero es interesante advertir que el gobierno del Distrito Federal considera aceptable que la asamblea que dictará la constitución de la ciudad se integre por representantes electos y también por diputados designados por las autoridades. Así: un constituyente compuesto por diputados electos y ¡diputados designados por el alcalde de la ciudad, el presidente, el Senado y la Cámara de Diputados! Fue simpático escuchar a Miguel Ángel Mancera defender la aberración: son "los equilibrios en los cálculos" lo que explica el medievalismo de la ocurrencia. La negociación de la clase política se atreve a componer un cuerpo constituyente donde el voto tiene apenas el 60% de la voz. La única explicación que he escuchado de la propuesta es la que ha intentado Fernando Belaunzarán. Para el diputado perredista, las designaciones son un buen método para incorporar "personalidades" al constituyente. Que el Presidente o el Senado envíen delegados es, para el obsesivo retratista de sí mismo, una vía para que la "gente valiosa" participe en la constitución de la ciudad. Si las elecciones llevan incompetentes a la representación, los poderes saben quién es la gente valiosa.
La crisis de la representación, el desprecio a los partidos, el rechazo a la clase gobernante convierte en defendibles soluciones que desintegran los contrapesos y legitiman el discurso más aberrantemente aristocrático. El voto, aunque nos parezca nadería, sigue siendo el vehículo de la igualdad y de la responsabilidad.
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