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Iconoclastas y salmodianos

GILBERTO SERNA

La habitación corresponde a una vieja vecindad del Torreón conocido en rústicas sillas de madera, que desde siempre aparecen adosadas a las paredes desconchadas, se encuentran varios personajes entre los cuales destaca una mujer con los ojos reciamente cerrados y el rostro tenso. Era una médium llamando al alma de los muertos. Extraños ruidos escapan de vez en cuando de sus pálidos labios, mientras una mujer gorda que parece su ayudante, le unta en las sienes y en la nuca un no-sé-qué balsámico para ahuyentar los espíritus chocarreros, con un fuerte aroma a perfume barato que recuerda las lociones que aplicaban los peluqueros en los barrios del Torreón antiguo. Afuera un perro aullaba lastimero, propiciando aún más el ambiente de misterio que se había apoderado de la estancia.

Ahora ha entrado en trance, las convulsiones y el sudor que perla su frente así lo hacen suponer. La ayudante se ha postrado de hinojos. Ninguno de los presentes se atreve siquiera a carraspear. Los labios de la nigromante remiten sonidos guturales que poco a poco se convierten en apretadas palabras, con un dejo agónico que, sin duda traerán alivio al crédulo que solicitó la invocación; parientes, por lo común que ante el misterio de la muerte y el inconformismo humano de no volver a tener a su familiar en vida, intentan penetrar en ese trasmundo inescrutable, en donde se cree moran los que se han ido.

Fuera de estos casos de charlatanería, todos nos hemos preguntado alguna vez si en efecto con la muerte perecen los sentimientos, ¿somos acaso tan sólo carroña?, ¿la conciencia la segrega el cerebro como el hígado produce bilis?, ¿somos un manojo de músculos y nervios encendidos en una llama que no deja rastro de su paso al extinguirse? ¿Qué diantres sucede con la esencia donde la materia fenece? ¿Qué nos dice el intelecto, acaso somos nada? ¿Quizá el arrullo de un rezo en el éxtasis de nuestro misticismo, que mucho se parece al miedo, nos haga recapacitar? No sé, ¿quién lo sabe?

Cada vez más la ciencia ha arrojado a la humanidad en brazos de la incredulidad y ésta nos está llevando al hermetismo. Aunque no dejo de reconocer que hay un cambio en la perspectiva mental del ser humano. La clerecía dogmática es cierto que ha ido perdiendo terreno -mas no se puede negar que la razón humana está naufragando ante el embate de nuevas ideas. Los teólogos modernos hablan de un instante, al referirse al paso de la humanidad por esta vida en la que no hay pretérito, presente o futuro. Iconoclastas y salmodianos admiten actualmente que pueden coexistir el aquí y el más allá. Todo es cuestión de enfoque. Usted ¿no lo cree así?

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