Y entonces… en uno de esos viajes en el espacio - tiempo que hoy son tan cotidianos como los viernes de estreno en el cine; James Bond, ese espía del Gobierno Británico hecho a imagen y semejanza de Ian Fleming - de sus sueños y andanzas -, en su primera encarnación viajó al Siglo XIV y mutó en el fraile franciscano Guillermo de Baskerville arribando a una abadía benedictina en algún rincón de Italia. Ahí, Sean Connery, bajo la dirección de Jean-Jacques Annaud, luchará por desentrañar una serie de muertes extraordinarias que ocurren tras los muros, donde una serie de doctos frailes fallecen de formas inexplicables… sin duda, el diablo ha hecho suya la vieja abadía.
En esta historia, entre frailes franciscanos, benedictinos, inquisidores y alguno que otro hereje, baste recordar a Salvatore El Dulciniano que habla todas las lenguas y por ello ninguna en particular, producto de la magistral interpretación de Ron Perlman, genio de la actuación que después, otro Guillermo, ahora del Toro, convertiría en Ángel de la Guarda en su emblemática "Cronos, la invención del tiempo"; redondeando estos viajes espacio -tiempo ya citados, mismos que hicieron posible la conjunción de estos titanes en "El nombre de la Rosa" de Jean-Jacques Annaud y en que se debate a fin de cuentas del derecho que se tiene a reír.
Y entonces… la risa (ese remedio infalible del Reader→ s Digest) se torna en una arma peligrosa, en un fenómeno social que puede trastocar los cimientos de la cultura, de esa cultura sustentada en las ideas y pensamientos el Estagirita, ese discípulo de Platón que vino a configurar el modelo cosmológico del mundo que por cierto hubo de esperar varios siglos para que llegaran Copérnico y Galileo entre muchos otros a desmontar. Así, en ese encuentro en la ficticia abadía benedictina que en el invierno de 1337 convocaría a Guillermo de Baskerville a descubrir el tratado perdido de Aristóteles que haría de la risa el vehículo de la muerte que llega a cimbrar los más altos preceptos de la sociedad del Medioevo, como un preludio al Renacimiento.
En el filme de Annaud, basado en la novela homónima de Umberto Eco, entre actuaciones y escenarios extraordinarios se cuestiona el derecho a reír y sobre todo lo que la risa puede llegar a provocar… y pareciera que ése es un reflejo de la realidad que hoy nos rodea, que sin darnos cuenta, hemos perdido la capacidad de reír, ya no tenemos tiempo para ello, es cosa que está reservada para un periodo corto de nuestra vida, esa siempre añorada infancia. Hemos olvidado que la risa siempre ha sido la mejor denuncia, que la posibilidad de caricaturizar y reírnos de los políticos es la mejor evaluación que tenemos para la labor realizada. Es sin duda un remedio infalible para las penurias de la vida.
Hoy nos despertamos al cuarto para la hora crítica, salimos de casa con apenas cinco minutos para llegar a nuestro destino, muchas de las veces, si no es que todas, sin siquiera tiempo para desayunar, algunas veces con más sueño que antes de dormir, con tan pocas de ganas de cumplir con nuestros compromisos, haciendo de ello un castigo que nada bueno ha de traer al día; hacemos un recuento rápido de todas la actividades, encargos, pagos y demás hierbas que debimos hacer ayer y que por quejarnos del tráfico, del trabajo, del jefe, de los compañeros, de la realidad económica, del mal manejo de los gobiernos, etc., etc. y obvio, dejamos para mañana, ese mañana que es ya hoy y además va a sumar todos los deberes de este día… y así una y mil razones para no sonreír; y esto multiplicado por miles, y todos salimos al mismo momento para cubrir la distancia a nuestro destino. Ahí vamos mentando aquello que podamos mentar a quienes van a un ritmo diferente o que, simplemente van por las mismas vías que nosotros.
El día inicia a una velocidad abrumadora, con tanto por hacer y tan poco tiempo para ello; nos encontramos con que el reloj checador es insensible y un agravio al humanismo que debe estar siempre presente, y además va adelantado, o está descompuesto, porque al salir del trabajo suele atrasarse y… tantas y tantas razones que la "madurez" nos da para no reír, para olvidar hacerlo a carcajadas, hasta desternillarse de risa, cuando la panza duele de tantas contracciones, cuando la cara se entumece, cuando las lágrimas de risa son inevitables; y resulta que así, poco a poco vamos perdiendo esa capacidad de ser felices, pues la Sociedad del Conocimiento ha descubierto que tienes tanto por hacer, que no tienes tiempo para trivialidades como un dolor de estómago producto de una risa incontrolable.
Es menester imperioso recordar aquellos días que no había nada mejor que la risa y que nada era intocable para ello, ni siquiera nosotros mismos. Reír es nuestro derecho y obligación, ¡hagámoslo!…
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