A las Halconas de la UAL… acostumbradas a ganar.
En la década de 1980, cuando se alimentaba mi adolescencia con muchas de muchas de las querencias que hoy me placen, en los jardines del siempre querido Tec Laguna, donde cursé mis estudios de bachillerato e ingeniería, rodeado de los amigos con los cuales descubrimos la trova cubana, las canciones de un tal Serrat o los decires de un Facundo Cabral, tiempo en el que íbamos del rock en español que salía de su encierro a Nícolo Paganini, Bethoven o Berlioz, sin olvidar a los Beatles o la canción protesta, donde los comentarios de libros fantásticos para nosotros como el mítico Retorno de los brujos de Pauwels y Bergier, que nos narraban historias por demás asombrosas, donde visualizábamos que la historia del mundo quizá no era tal cual la contaban.
Década en que se alimentaron mis rebeldías, en que Kafka, Papini y León Felipe engolosinaban mi espíritu y Menudo era la atracción nunca entendida por quien escribe de las chicas de mi generación, al mismo tiempo que Sade, Pauline Réage y las anónimas Historias de una pulga, entre otros textos, se encargaban de humedecer mis sueños. Cuando la pasión por las matemáticas, álgebra, trigonometría, y sobre todo, el cálculo diferencial e integral, se enraizaban en un servidor, producto de aquellos profesores del ITL, vaya un recuerdo al Ing. Robles, quien muchas veces intentaba dar respuestas a las múltiples interrogantes que un servidor le hacía… ahí, entre álgebra booleana, circuitos lógicos y electrónica digital, con Abel Rodríguez como profesor, que a pesar de su juventud, tenía ya la sapiencia de los grandes.
Así, en medio de hormonas que brotan incontrolables, de rebeldías hacia todo lo establecido y muchos sueños, llegó a mis manos, y a las de muchos más en el mundo, un rompecabezas mecánico tridimensional, que fue inventado una década anterior por un escultor y profesor de arquitectura húngaro y que con el tiempo vendría a convertirse en el juguete más exitoso de la historia; se calcula que de 1980 al 2009 se habían vendido 350 millones de ellos en todo el mundo. Ern? Rubik había creado en 1974 un cubo en el que cada una de sus seis caras está formada por nueve cuadros, los cuales son cubiertos por pegatinas de colores (blanco, rojo, azul, naranja, amarillo y verde), con un mecanismo que le permite girar independientemente mezclando así estos colores… sin duda, se convirtió en un reto fascinante.
Cuarenta y tres trillones doscientos cincuenta y dos mil tres billones doscientos setenta y cuatro mil cuatrocientos ochenta y nueve millones ochocientas cincuenta y seis mil permutaciones posibles… ése era el reto, y una vez hechos los primeros giros, inició la búsqueda incansable por regresarlo a su estado de solución. Fue junto con Pong, Space Invaders, Pac-Man y Atari, los juegos que llenaron los ratos de ocio. El mundo era nuevo, la guerra se había extendido a galaxias, a una muy, muy lejana que era reflejo de un mundo dividido entre rojos, azules y tibios, y es de allende la Cortina de Hierro que nos llegó el Cubo de Rubik, que durante semanas de movimientos continuos, errores, aprendizaje y múltiples permutaciones, un buen día me permitió gritar el "Eureka" por resolverlo por primera vez… con el tiempo, llegué a hacerlo en 46 segundos; hoy, en este presente, ando en un minuto con 25 segundos, un poco lejos del récord actual, que pertenece a Mats Valk, con 5.55 segundos hecho con un Dayan Zhanchi (uno de los sucesores del Rubik), impuesto en 2013.
Hoy, el legado de Ern? Rubik se ha multiplicado en incontables variantes y versiones, que van de los cubos de 2x2x2 a uno de 17x17x17 capas, amén de una gran cantidad de cuboides, diversas figuras geométricas (tetraedros, octaedros, dodecaedros, icosaedros…) y algunos de ellos que se deforman al primer movimiento, hasta variaciones extradimensionales que sólo pueden ser jugados por medios electrónicos, como el cubo pentadimensional de Roice Nelson y Charlie Nevill… El número de posibilidades que se tienen son infinitas, mas lo cierto es que el reto que plantea la solución de cada uno de ellos, el hacerlo en el menor tiempo posible, o con el menor número de movimientos (el récord actual es de 20 movimientos, del japonés Tomoaki Okayama, impuesto en 2012), siempre ha sido muy atractivo. Es una lucha de concentración, de visualizar diferente un mismo objeto, estimar las posibilidades, superar la frustración ante la dificultad, el desarrollo creativo, el coordinar y anticipar movimientos, superar errores y aprender de ellos... todo lo necesario para ganar en cualquier ámbito, donde la constancia, el esfuerzo, la creatividad, el sacrificio, la decisión… y todo por un juguete de 57 mm. pensado como ejemplo para una clase de arquitectura por un profesor empeñado en que sus alumnos tengan nuevas opciones para aprender.
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