Columnas Social columnas editoriales SOCIALES

Imágenes

Del pancracio y otros afanes culturales

RAÚL HUMBERTO MUÑOZ ARAGÓN

"Hay hombres que luchan un día y son buenos / hay hombres que luchan un año y son mejores / hay quienes luchan muchos años y son muy buenos / pero los hay quienes luchan todos los domingos / ésos son los chidos…".

-El Guacarrock del Santo - Botellita de Jerez-

Sí… la lucha libre está en el sistema circulatorio de la Cultura Mexicana; de ella emana, en ella se alimenta y alimenta a su vez. Es la síntesis de un espíritu mexicano que lucha día a día en una búsqueda permanente de sí, de sus afanes, en la conquista de su esencia, de aquello que la defina y le dé significado. La lucha libre es espectáculo, deporte, rito, culto, herida, derrota, triunfo, religión, catarsis, depositario de sueños, encuentro permanente entre el bien y el mal; un cuadrilátero en que semana a semana suben los héroes nacionales, cubierto de múltiples colores, en medio de vítores, porras y rechiflas.

Es un santuario al que han acudido grandes figuras, eternos soñadores, padres, hermanos e hijos de una Cultura Mexicana que se encuentra en la generación de sus mitos, de los ritos que le den cohesión y coherencia. Son producto de exportación, viajeros en el tiempo y el espacio, que cruzan océanos, desiertos, culturas, edades. Son gigantes más allá de la estatura, es magia, son los sueños de un pueblo que anhela vencer al mal de dos a tres caídas y sin límite de tiempo, pues en la lucha el tiempo es un elemento más de una coreografía que se prolonga allende instantes y momentos, que se repite una y otra vez hasta el infinito, en un eco que va de padres a hijos, una fiesta en que el hecho de que hasta las abuelas recurran a recordatorios familiares maternos está bien visto, pues una buena mentada de madre es imprescindible.

Es una danza en que buenos y malos juegan a repetir el baile eterno entre orden y caos, una sinfonía mexicana que nos retrata, que nos define, que nos distingue en el concierto de las naciones. Sólo El Santo, Blue Demon, Mil Máscaras o el Huracán Ramírez, por sólo mencionar algunos, han conquistado todos los tiempos, peleado con alienígenas provenientes de los más diversos rincones del Universo, luchado contra monstruos que han dejado la literatura para enfrentarlos en conflictos encarnizados en que el ingenio y la ingenuidad siempre salen avante; enfrentamientos en que a veces una simple sombra en forma de cruz proyectada en el suelo es el arma pertinente y necesaria para hacer huir al temible Drácula. Esos héroes y villanos del pancracio mexicano han roto incontables veces las leyes de la Física, pues logran mantenerse en el aire por segundos que se prolongan ad infinitum, dando tiempo para que aquél que ha de recibir el castigo se coloque de la mejor manera para, eso sí, evitar en lo posible lesiones innecesarias.

Las máscaras se rompen, la sangre es un aditamento más, parte de esta coreografía mágica que envuelve y enerva multitudes; donde los grados académicos, la posición social, las creencias religiosas, los cargos y responsabilidades se olvidan y todos nos convertimos en una maza mexicana que sigue a la conquista de sí. Y la sangre entonces se vuelve a convertir en el tributo a pagar a los dioses de las arenas. Dioses en que nos convertimos todos, en los que niños y viejos, jóvenes, hombres y mujeres por igual inician un rito, toman posiciones e inician esa eterna lucha entre el bien y el mal; todos prestos y dispuestos a pagar el tributo necesario. Así vítores, aplausos, rechiflas, mentadas son el motor de acrobacias que al término de cada función, de cada duelo, de cada vuelo, en la intimidad de camerinos, en algún rincón de una casa en algún lugar de nuestro México han de sanarse las heridas, pues a la puesta del siguiente Sol habrá necesidad de continuar, una y otra vez.

En este encuentro permanente a veces, en ocasiones especiales y tras rivalidades alimentadas entre las cuerdas, caen máscaras, caen cabelleras, algunas de las veces terminando así con el mito, con los sueños, aunque en algunas otras son el aliciente para el surgimiento de nuevos ídolos, de íconos como Estrella Blanca, quien compartiendo el antifaz de su máscara con el máximo ídolo de la Lucha Libre mexicana, El Santo, se ha convertido con el tiempo con el luchador que más máscaras y cabelleras ha ganado en su haber en los cuadriláteros aztecas.

Sí… la Lucha Libre está en casi todas las manifestaciones culturales de México, un país que aún no cumple sus primeros 200 años de vida independiente, pero que sueña siempre al sonido de unas campanadas que lo impulsan a luchar una y otra vez, siempre, sin descanso, con una sola meta, el triunfo… y así en cada fiesta entre los bailes "El Santo, El Cavernario, Blue Demon y El Bulldog", danzarán a perpetuidad.

Facebook.com/Ymahr

ymahr@yahoo.com

@Ymahr-Nogara

Leer más de Columnas Social

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Columnas Social

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 1163366

elsiglo.mx