"…que la guerra no me sea indiferente, que es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente…". (León Gieco)
13 de noviembre de 2015, el mismo día que en México miles de personas corrían desesperadamente por hacerse de las "grandes ofertas" de la farsa llamada Buen Fin, allende el Atlántico, otros miles de personas corren por la Ciudad Luz en busca de un refugio que les resguarde de un atentado más de otra farsa, este producto de la negación del derecho de los otros a pensar diferente, a actuar en otros rubros, a caminar otros caminos…
Cuando en la escuela el profesor nos habla de la historia de la humanidad, uno de los referentes inevitables es el sociólogo norteamericano Lewis Morgan, quien en el Siglo XIX realizó una división de la misma en tres grandes etapas: el salvajismo, la barbarie y la civilización, tratando de describir con ello los diversos grados de desarrollo de los grupos sociales. A cada una de las dos primeras etapas las dividió a su vez en tres estadios: inferior, medio y superior, para lo cual tomó como referencia las habilidades de los distintos grupos humanos para producir sus medios de subsistencia. Con base en estas habilidades, estableció el grado de dominio que los diferentes grupos sociales ejercen sobre la naturaleza, así como el nivel de superioridad entre sí. Estableció que "todas las grandes épocas del progreso de la humanidad coinciden, de una manera más o menos directa, con las épocas en que se extienden los medios de alimentarse…" y así una serie interminable de argumentos que validan la superioridad de las civilizaciones occidentales.
Pueblos y naciones que han alcanzado el más alto grado de desarrollo evolutivo dentro de la historia de la humanidad, hecho que no siempre coincide con el grado de satisfacción, felicidad o calidad de vida de sus integrantes. El costo que hemos tenido que cubrir para lograr este estadio de desarrollo cultural y social es tal que nos hemos convertido en el máximo depredador del mundo, hacedor de masacres y extinciones, no sólo de otras especies vivas, sean estas animales o vegetales, sino de otras culturas, las cuales se ven condenadas a ser devoradas por esta mancha incontenible que es el desarrollo.
Hace unas semanas, hablábamos con horror sobre el homicidio de 200 niños, hecho inentendible, incomprensible al menos a miras cortas, que quizá si estudiamos y analizamos a profundidad los múltiples agravios y agresiones cometidas en uno y otro sentido, podamos visualizar cuál ha sido el origen, aunque siga siendo ésta una acción injustificable. El afán por sentirnos dueños de la verdad absoluta se ha tornado en la bandera que privilegia cualquier acción llevada a cabo con la intención de hacer valer nuestra visión particular sobre cualquier otra.
Tal vez sea el momento propicio para quemar todas las banderas, anteponer ante todo el hecho de nuestra humanidad, ésa que nos hace a todos, hombres y mujeres, seres dignos de ser escuchados, con la libertad supremas de pensar y decir aquello que a nuestra convicción personal sea, pero también con la obligación de dejar que el otro haga lo mismo, que mis derechos son los mismos que tienen esos otros, al igual que las obligaciones van en los dos sentidos y en igual magnitud.
París y el mundo llora por la muerte de sus ciudadanos, el país en el que se establecieron los preceptos de Libertad, Igualdad y Fraternidad que son los grandes hacedores de los derechos que nos son legados a todos, hombres, mujeres, niños, adultos, ancianos… todos, sin importar credo, pasión personal, ideología, con el mismo derecho a buscar aquello que nos lleve a la trascendencia que nuestra conciencia busca ante nuestra finitud. Pero el hombre llora, o debería llorar por tantos ayeres en que esos principios tan románticos, citados y conocidos sean endemoniadamente complicados de llevar a cabo, a plenitud. Y entonces, se topa uno con ese término tan contundente como la "Congruencia", ese alto afán de pensar, decir y hacer siempre lo mismo, sin ambigüedades… Es lamentable ver que en la plenitud de un Siglo XXI aun estos tres anhelos sigan siendo palabras huecas, incongruentes y sin sentido para un mundo que se engolosina más por tener y tener y tener, olvidando a aquéllos que viven siempre a expensas de lo que la providencia tenga a bien proveer.
En sus homilías, el Papa Francisco señala que estamos transitando la "Tercera Guerra Mundial…", sería lamentable que esta "civilización" sea más salvaje que los supuestos estados previos que nos trajeron a ella. Sería triste que lo dicho por el Papa sea una declaración de hechos. Es el momento en que esa razón de la que tanto nos vanagloriamos se haga presente y podamos encontrar el camino a las palabras; que el que estamos andando, el de las armas, es bien sabido que no deja nada bueno, y que siempre habrá algún agravio que la muerte no borra.
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