Estamos atrapados, condenados a vivir en Universo encerrado entre cuatro dimensiones, esto por más que nuestra mente viaje allende estos límites dimensionales y sueñe e incluso pueda vislumbrar teorías que van más allá de aquello que nuestros sentidos pueden distinguir, al menos por el momento. Y es este "encierro" el que nos hace volar, sentir que podemos trascender por espacio y tiempo, esas dimensiones que resultan inútiles al momento de frenar la creatividad de la mente humana. Esa hacedora de universos, esa eterna transformadora de realidades.
En esta "prisión" -que es la realidad diaria, esa cotidianidad tan sorprendente que va entre antípodas, de lo cálido a lo gélido, tanto en clima como en emociones- es el escenario de millones de odiseas personales en las que cada protagonista -que a la postre somos nosotros mismos- navega entre ilusiones y miedos, entre sueños y pesadillas que le dan una gama multicolor en la cual tiene cabida plena toda ilusión e idea, donde se realizan los mas sorprendentes retos, los mas dolorosos duelos, las mas cálidas reuniones y los encuentros mas entrañables, todos ellos dispuestos con el único fin de hacernos a nosotros, de construir el que hemos de ser.
Y así, como en toda travesía que se precie de ser, habrá incontables espacios y momentos para encontrase a sí, instantes de reflexión, de recuento, para despedirse de fantasmas, para planear destinos, para reiniciar caminos, para establecer metas y glorificar aquellas ya alcanzadas. Cada pausa es la posibilidad de nuevos inicios, de consolidar logros.
Vivimos inmersos en cuatro dimensiones que se multiplican al infinito, las incontables posibilidades se potencializan con los afanes creativos de hombres y mujeres que día a día hacen su camino. Entre estas cuatro dimensiones es el tiempo el que mas nos fascina, que nos lleva a caminar por derroteros inciertos, por añorar pasados plenos de nostalgia, navegar por un presente que en ocasiones nos es tan desconocido que solo el paso del tiempo lo puede hacer mas cercano y entendible, el eterno encanto que tiene el futuro.
Somos viajeros en el tiempo, y en esta travesía encontramos esas pausas que se tornan en el recuento de ayeres y el despliegue de futuros deseables. Momentos que nos dan la oportunidad de saldar acciones y omisiones, así como construir los cimientos de lo que habremos de ser y hacer.
Hagamos de estas pausas el espacio ideal para decir adiós a aquello que nos trajo a este hoy y abrir los brazos y el espíritu para recibir a cabalidad los nuevos hoy que están por venir. Que este permanente inicio sea el mejor pretexto para hacer de nosotros aquello que alguna vez soñamos en los ayeres de la infancia.
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