Aficionados de Tigres, casi en su totalidad, ocuparon secciones atrás de la portería norte. (Ramón Sotomayor)
Se dicen "incomparables". Los que nunca dejan de alentar. Los que van con el equipo a todas partes. Unos mil aficionados de Tigres hicieron el viaje de la Sultana del Norte, y de Saltillo, a La Laguna para apoyar a su equipo.
"Algunos viajamos en carro, los de la barra aún no entran al estadio", dijo un seguidor de Tigres mientras tapaba a su hijo de la lluvia, unos 10 minutos antes de que el partido iniciara.
Dos secciones del estadio detrás de la portería norte del estadio, sin embargo, ya comenzaban a lucir amarillo y azul. Poco después, una estampida de jóvenes empezó a descender entre las butacas verdes para cambiarle el color a esa parte del estadio.
La cascada de aficionados visitantes siguió durante los primeros 10 minutos del partido, por lo menos, mientras algunos albiverdes se quejaban de que habían sido removidos de sus lugares.
Comenzaron pronto los cánticos visitantes e inició también la competencia con sus vecinos de dos secciones al lado.
Por momentos, los Tigres cantaron más fuerte; sus voces iban de orilla a orilla del estadio. Y luego los locales arreciaban para no quedarse atrás
El amarillo estaba regado ayer en el Corona, aunque no todo era por la visita.
Había felinos en cada una de las localidades del inmueble, así como numerosos impermeables ante la inclemente lluvia.
Cayeron los goles albiverdes sin que los visitantes bajaran la guardia en la tribuna. El diluvio presente en el Corona no los asustó. Incluso, más de uno se despojó de su playera, encendido por la calentura del partido.
"La U, la U, la U", gritaban los regios, para que en menos de dos segundos recibieran abucheos y mentadas como respuesta.
Pero su esfuerzo obtendría frutos en la segunda parte. Primero Burbano y luego Sobis los harían gritar gol en un territorio no tan hostil como en épocas pasadas.
Fue con la segunda anotación que comenzó otra lluvia, ahora de diversos líquidos. Enloquecidos los de fuera, hicieron volar sus vasos de cerveza. Y la aparente paz que había prevalecido entre ambas aficiones comenzó a romperse.
Personas cercanas a los visitantes, entre los que estaban miembros de los Libres y Lokos y algunas familias que venían aparte, les arrojaron líquidos también, seguidos por insultos por ambas partes.
La seguridad del estadio, que tenía cercada el área, comenzó a sacar a los más alebrestados, mientras el resto celebraba el empate en patio ajeno en la agonía del partido.
