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La bici como parte de tu equipaje

A la ciudadanía

MANUEL VALENCIA CASTRO

Platicar de bicicletas se ha puesto de moda. De hecho andar en bicicleta también. No se trata de una moda pasajera, ni de una ocurrencia snob de algunos excéntricos intelectuales. Es un movimiento global que intenta posicionarse localmente, sobre todo en el área urbana, más allá del enfoque deportivo o de competencia, el cual ya se encontraba organizado y en pleno desarrollo.

El uso de la bici, se encuentra inmerso en un plan más amplio y trascendente, cuya pretensión más importante es la movilidad sustentable teniendo como centro al peatón.

Pero la novedad ahora mismo es la bici y poco a poco empieza a ser parte del equipaje de personas que se trasladan a otras ciudades. No hablo de las casas rodantes que llevan de todo: bicis, motos y automóviles, tampoco de las camionetas o autos con racks para dos o tres bicicletas, no. Me refiero a aquellos que desmantelan su bici y la suben junto con su equipaje al maletero del camión de línea. Llegando a su destino, la arman y vámonos, a transportarse sin contaminar, haciendo un sano ejercicio y ahorrándose una lana. Dos amigos del norte de Coahuila, Javier y Waldo, así lo hacen.

¿Se trata de algo nuevo? Pues no, se está retomando una vieja costumbre que se hace desde que la bici se inventó. Uno de los medios de transporte en los que más se viajaba con la bici, era el ferrocarril, y algunos escritores lo han dejado plasmado en sus obras. Entre éstos, uno de mis escritores favoritos Aldous Huxley, en uno de sus primeros libros exitosos Los escándalos de Crome, describe maravillosamente uno de estos viajes en ferrocarril y en bicicleta. Disfrutemos esta breve narración de Huxley:

"¡Una bicicleta , una bicicleta!", gritó jadeante al guarda. Se sentía hombre de acción. El guarda no le hizo caso y continuó distribuyendo metódicamente, uno por uno los bultos rotulados para Camlet. "Una bicicleta!", respondió Dionisio. "Una máquina verde, con el chasis cruzado, a nombre de Stone, S-t-o-n-e"...

Dejó su equipaje para recogerlo más tarde y echó adelante con su bicicleta. Siempre se llevaba la bicicleta cuando iba al campo. Esto formaba parte de las teorías sobre el ejercicio. Tal día había de levantarse a las seis de la mañana y pedalear hasta Kenilworth o Stratford -on -Avon, o lugares por el estilo. En un radio de veinte millas se encontraban siempre iglesias normandas, castillos estilo Tudor, para visitarlos en una tarde de excursión. Por un motivo o por otro se quedaba siempre sin verlos, pero no importaba. Era muy bonito saber que la bicicleta estaba allí y que una hermosa mañana realmente se levantaría uno a las seis de la mañana.

Una vez en la cumbre de la larga cuesta que se eleva desde la estación de Camlet, se sintió de más buen humor. Le pareció que el mundo estaba bien. Los lejanos collados azules, las cosechas que blanqueaban en las laderas de la cima donde se hallaba el camino que seguía, los horizontes sin árboles que se iban cambiando a medida que avanzaba, decididamente todo aquello estaba muy bien, Se sentía sobrecogido por la belleza de aquellas combas profundamente embutidas en los costados de la colina debajo de él. Curvas, curvas: repetía la palabra lentamente, intentando al repetirla hallar algún término en que pudiera expresar mejor su impresión. Curvas…No, no era esa la palabra. Hizo un gesto con la mano como para esculpir en el aire la expresión perfecta, y por poco se cae de la bicicleta. ¿Cuál sería la palabra para describir las curvas de aquellos vallecitos? Eran tan finas como las líneas de un cuerpo humano; estaban animadas por la sutileza del aire…Aquellos vallecitos ofrecían las líneas de una copa modelada en el seno de una mujer, parecían las abolladas huellas de algún enorme cuerpo divino que hubiera reposado en aquellas colinas…

Volvió a darse cuenta del mundo exterior y se halló en lo alto de una pendiente. El camino se hundía, rápido y casi a cordel, en un ancho valle. Allá, en la vertiente opuesta, un poco más arriba del valle, estaba Crome, adonde se dirigía. Apretó los frenos; aquella vista de Crome era deliciosa contemplada desde allá arriba. La fachada, con sus tres torres saledizas, se elevaba atrevidamente por encima de los sombríos árboles del jardín. La casa se bañaba en plena luz solar; sus viejos ladrillos brillaban con destellos rosáceos. ¿Qué sazonado y rico era todo aquello! ¿Qué soberbiamente mórbido! Y al mismo tiempo, ¿qué austero! El declive se hacía cada vez más rígido, su bicicleta se precipitaba a pesar de los frenos. No pudo dominar las palancas y de pronto se lanzó de cabeza.

Lo que Huxley describe en esta narración, es precisamente uno de los grandes privilegios de andar en bicicleta, puedes disfrutar paisajes, tu ciudad, conocer barrios o edificios que ni te imaginabas su existencia. Y ahora, si pones la bici entre tu equipaje como los amigos del norte del estado, podrás conocer también otras ciudades.

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