La botica en La Laguna

Nuestros caprichos de hablantes, no sólo la ignorancia, ni las necesidades, ni las novedades, ni las especializaciones, ni –como ahora– los avances de la tecnología, imponen cambios en la lengua y muchos de ellos son, por su calidad de caprichos, innecesarios.

Es el caso de la palabra botica. Este término que durante siglos se usó para nombrar lugares extraños o establecimientos prestigiosos en los que se encontraban principalmente medicamentos, casi ha sido borrado del almacén mental de los hablantes y se escribe en su lugar farmacia.

Si se pone uno a buscar en obras de los siglos de oro de la literatura española y sus alrededores la palabra farmacia, habrá perdido el tiempo. El uso de farmacia en lugar de botica es muy reciente y lo vienen imponiendo con fuerza capital las reglas del mercado.

Si en vez de buscar el vocablo botica en la literatura, lo busca uno en las reverberantes en verano o gélidas en invierno calles de Torreón, todavía lo encontrará rotulando locales donde se surten principalmente medicamentos. Aún tenemos una Botica del Aguila, una Botica de los Pobres (sic), una Botica Reveles y quizás en la periferia sobrevivan otras.

Creo que la invasora farmacia se fue introduciendo en La Laguna cuando a mediados del siglo XX llegó a Torreón la Farmacia Benavides. Es una creencia sin fundamento demostrable. De cualquier modo, por aquellos años la Botica La Palma aún servía a la comarca.

Lo curioso es que la raíz de ambas palabras, botica y farmacia es griega. La primera viene de apotheke, que significa almacén; la segunda, de pharmakon, que significa veneno, hechizo y poción; y también viene de pharmakia, que significa hechicería (lugar de los hechizos). La ortografía en griego cambia con frecuencia de un diccionario a otro. Pero repito, la intrusión de farmacia es reciente.

Los diccionarios etimológicos y la historia de la lengua española dicen que la palabra botica apareció en el habla hispana en el siglo XV, es decir, siglo en que apareció un libro que Cervantes consideraba casi divino por su ingenio y por su idioma, La Celestina, obra de Fernando de Rojas.

Ya a principios del siglo XVII, Cervantes, en uno de los capítulos del Quijote, el XXI, nos lleva a una “botica” que es lugar de curaciones y por tanto de medicina y de medicamentos. Narra cómo van por el camino don Quijote y Sancho y cerca de dos poblados, uno tan insignificante que ni botica tenía, ocurre una de las locuras del Caballero de la Triste Figura.

“[…] en aquel contorno había dos lugares, el uno tan pequeño, que ni tenía botica ni barbero, y el otro, que estaba junto a él, sí; y así, el barbero del mayor servía al menor, en el cual tuvo necesidad un enfermo de sangrarse, y otro de hacerse la barba, para lo cual venía el barbero, y traía una bacía de azófar”. Recordemos que en aquel tiempo el barbero era a la vez médico.

El nombre de botica, pues, como almacén de medicamentos (y lugar donde se practicaba la medicina), funcionaba desde hace siglos en nuestra lengua pero vino el vocablo farmacia (lugar de hechicerías y venenos) a sustituirlo, quizá como estrategia mercadotécnica.

Concluyamos con una recomendación: lean en el primer acto de La Celestina los parlamentos de Pármeno donde describe la botica de hechicera que tiene la protagonista Celestina. Los recursos que almacena para sus trabajos son asombrosos y el español con que están escritos es delicioso.

Me atrevo a recomendar también la botica de hechicero que se encuentra en el Quijote que, por la admiración que Cervantes sentía por La Celestina, se asemeja mucho a la de Fernando de Rojas; igualmente recomiendo la de La Araucana, de Ercilla. Son tan maravillosas que ni en Lerdo, ni en Matamoros ni en San Isidro podrán encontrar una hechicera que posea una bodega como esas.

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