Dejemos de hablar de "crisis institucional". El término aplicaría si se viniera de una situación se sanidad en la que las instituciones hoy fallidas hubieran funcionado bien. Pero, la realidad es que en México las instituciones jamás han funcionado correctamente, y si hoy somos más conscientes de su inoperancia, es porque ciertamente hay un agravamiento de su condición, producto del quebranto al que las corruptelas las han conducido, que se suma al hartazgo generado por décadas y décadas de ineficiencia y malos tratos.
Hemos ido de mal a peor, pero eso no es una crisis sino una profundización del problema que ha implicado el trasplante de un modelo de Estado gestado en condiciones culturales muy ajenas a nuestra realidad. Tanto, que la mayoría ni siquiera estamos conscientes del origen conceptual de esas instituciones a las que hoy exigimos funcionar.
El modelo de Estado mexicano y de sus instituciones, es copia del surgido en los siglos XVIII y XIX, durante la Ilustración del norte de Europa. Su diseño, obedeció a necesidades muy específicas de una cultura que nunca fue la nuestra, con una férrea ética protestante y convicciones sobre el mundo y el papel de los humanos en éste, que jamás hemos compartido.
Con todo, el fracaso no hubiera sido estrepitoso si, al menos, el sistema educativo - copiado también - hubiera funcionado, enseñándonos a vivir en estricto apego a las normas. Pero, sabemos que no ocurrió así y hoy lo que tenemos montada es una gran simulación en la que una gran mayoría se molesta porque otros no cumplen las leyes, al tiempo que encuentran, cada uno en particular, una excusa siempre válida para justificar sus propias faltas.
Las vialidades son un claro ejemplo de cómo, en tanto no se visualice una patrulla, las reglas son las que cada quien pone. Nos pasamos por encima. Nos agredimos. Ofendemos al otro, no importando que hayamos sido nosotros mismos culpables de la falta. Porque jamás aprendimos que las leyes no tienen por qué gustarnos o parecernos: Las debemos de seguir y punto.
Por supuesto, tampoco fuimos capaces de cultivar y preservar el virtuosismo propio de las culturas más sanas, esas que no requieren de tantas leyes porque cada individuo siempre está pensando en función del bienestar del otro.
La utopía que se muestra con la sola idea de una sociedad así, es del tamaño de nuestro profundo egoísmo, ese que nos lleva a decir: Yo estoy bien, la crisis, es de los demás.