Quince personalidades tomarán en breve una decisión que impactará no sólo a la comunidad que gobiernan, sino el curso de una de las principales instituciones del país: la Universidad Nacional.
Importante no sólo por la tarea educativa, científica y cultural que desarrolla, la Universidad es, hasta hoy, una de las pocas instituciones que mantiene en equilibrio el derecho y el deber, la autonomía y la libertad para pensar y repensar el país sin doblegarse ante los poderes formales e informales, empeñados en someter y moldear, a su interés o capricho, el funcionamiento y la conducción de las instituciones.
La Universidad no ha resbalado, afortunadamente, por el tobogán de la política de cuotas o de cuates y, por lo mismo, la responsabilidad de los quince miembros de la Junta de Gobierno es mayúscula. Si en cualquier momento la designación del rector de la Universidad Nacional es importante, en la coyuntura es clave.
Si en atención a intereses o proyectos extrauniversitarios, grupales o personales; en razón de labrar beneficios ulteriores; o, peor aún, en función de mezquindades o vanidades, la Junta designa a la persona equivocada, colocará a la Universidad ante el desfiladero donde forman fila instituciones fundamentales del país, porque sus titulares o colegios sólo querían encabezarlas, no defenderlas, conservarlas y proyectarlas.
Es hora de cuidar la Universidad, no de entregarla a la subcultura del lucro político particular que mira a lo inmediato, pero no al futuro. Si la Junta la arroja a ese lugar, ni qué pensar lo que será de las demás.
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Si desde hace más de veinte años el país no tiene un presidente de la República egresado de la Universidad Nacional -esto es, formado a la luz del concepto más generoso del artículo tercero de la Constitución-, desde hace dieciséis años la Junta de Gobierno no conduce un proceso como el que hoy encara.
Cuando en 1999 fue designado Juan Ramón de la Fuente, la Universidad Nacional vivía una crisis y, aun cuando ahora se olvida, la selección fue producto de la emergencia. La prioridad era rescatar a la institución y, en esa medida, el nombramiento de De la Fuente se hizo no a fuerzas, pero sí contra la pared. Para fortuna de la Universidad, el elegido acreditó el tino de su designación en el ejercicio del cargo y, por lo mismo, su repetición en la rectoría fue, prácticamente, indisputada. Recuperó y reposicionó a la Universidad.
El siguiente tramo recorrido por la Universidad fue igualmente afortunado. Desde el momento que José Narro ocupó la dirección de la Facultad de Medicina, se perfiló su paso a la rectoría. De nuevo, la institución encontró en Narro a un universitario educado, diestro en la política, sensible e inteligente que consolidó y agrandó lo hecho, imprimiéndole además sello de sencillez y humildad a su gestión. Actitud extraordinaria en estos días.
Dieciséis años han transcurrido desde entonces y, ahora, los miembros de la Junta de Gobierno deberán responder a la distinción que los llevó al lugar que ocupan y comportarse a la altura del compromiso adquirido al llegar ahí: defender a la Universidad, darle continuidad a lo hecho, abatir los vicios que aún la lastiman y frenan, preservar su estabilidad, engrandecer su libertad y autonomía. Defenderla y darle perspectiva. En suma, ver por ella. Ver por ella más allá de la simpatía o antipatía que les susciten quienes aspiran a conducirla, más allá de su personal credo político, más allá de la tentación de atender la expectativa del gobierno. Equivocarse en el nombramiento impactaría a los universitarios, pero también al país, urgido por contar con instituciones fuertes encabezadas por quienes creen en ellas y no por quienes buscan dirigirlas a cambio de hacer lo que su padrino, benefactor o patrocinador, les pida.
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No sin dificultades, la Universidad mantuvo el rumbo pese a la alternancia, ida y vuelta, de gobiernos que -pese a su dicho- no tienen un claro concepto de la educación pública y, por lo mismo, no aprecian su valor y menos aún atinan cómo defenderla, modernizarla e impulsarla.
Desde esa perspectiva, la Universidad ha sido un baluarte que, ahora, a la par de su propia circunstancia, encara la tentación de hacer de cada institución nacional un apéndice del gobierno en turno.
Así, recientemente, se ha visto llegar a la Corte a un ministro sin toga ni birrete; a un subsecretario interesado en cobrar la factura de los servicios electorales prestados; a magistrados propensos a sostener de lado la balanza, si eso les garantiza conservar o mejorar su asiento; a comisionados y consejeros tentados a sacrificar autonomía e independencia a cambio de simpatizar con el poder...
Los integrantes de la Junta de Gobierno no pueden equivocarse e inscribir a la Universidad en la ruta del desastre.
REPLICA EL SUBSECRETARIO ESCOBAR
A raíz del comentario hecho en el Sobreaviso anterior sobre el subsecretario de Prevención del Delito, Arturo Escobar, el funcionario entabló un intercambio de correos que, con su acuerdo, se reproducen:
- Te invito donde quieras y cuando quieras a platicar, discutir o debatir del tema de prevención social. Es más, acéptame la invitación a intercambiar opiniones sobre la política pública que quieras, con objeto de entender si efectivamente todo lo que has escrito de mí tiene fundamento, lo que no se vale es que escondido en una columna, donde yo no tengo réplica me sigas desacreditando. Espero tu respuesta. Arturo Escobar.
- En la próxima columna llevaré íntegro tu comentario y esta respuesta. No me escondo en la columna, ésta lleva mi firma. No es conmigo con quien tienes que acreditar tu entereza política y conocimiento en materia de administración pública, es con la gente. Saludos.
Martes y miércoles se intentó localizar al subsecretario Escobar en su oficina. La noche del miércoles respondió un nuevo correo, dejando a disposición un teléfono celular. La réplica está satisfecha.
