La Laguna sin agua y el agua como arma

Estamos acostumbrados a que en el verano se nos racione el agua. Solsticios y canículas son testigos anuales de nuestra desesperación por los gorgoteos de las llaves cuando el agua se va, por el escuálido calibre del hilo que a veces surten las tuberías, por la preocupación de llenar cacharros previsores, por la desmañanada necesaria para cazar al chorro no grueso que vuelve.

Una cronología del racionamiento del agua podría ser la siguiente. A media mañana el “vital líquido” se ausenta de las instalaciones domésticas. Si como previsión no se llenaron los recipientes, los trastes de la comida se apilarán en el fregadero con la esperanza de que baje un chorro.

El agua no regresa. Los baños son usados con disciplina estricta. Los trastes de la cena se suman a los de la comida y el agua no aparece. Hay que envolverlos en bolsas de plástico o meterlos al refri porque si no, se convierten en festines para asqueles y cucarachas.

A la mañana siguiente habrá que madrugar para aprovechar el chorro no grueso que sale en las llaves de la planta baja. Si no se dispone de tinaco ni de hidro, el agua apenas acariciará las entrañas de tubos y llaves de la planta alta. No subirá a la regadera. Es el racionamiento cotidiano.

La escasez y la falta de agua pueden llevar a circunstancias más penosas. Me viene a la cabeza un relato donde el agua se usa como arma de guerra. La historia se llama Libro de Judit, está en la Biblia. El título le viene porque es el nombre de la heroína que salva a los israelitas de la tiranía de Holofernes.

En la narración los israelitas se resisten a vivir sometidos al poder del jefe asirio, quien para controlar la insubordinación está a punto de atacarlos con un ejército de más de 132 mil hombres. En tanto van sobre ellos o como parte del ataque los dominadores convierten el agua en arma: se apoderan de la fuente de donde la toman los israelitas.

Treinta y cuatro días dura un cerco con el que los hombres de Holofernes pretenden someter a los compatriotas de Judit. Las reservas domésticas de agua se les acaban a los insumisos. La sed los agobia, mata niños, mujeres y adolescentes. Cuando están a punto de entregarse sale la hermosa Judit.

Judit, a quien el autor anónimo hace viuda para que pueda conseguir lo que pretende, exhorta a los jefes israelitas a no rendirse y a que le permitan llevar a cabo un plan que ha concebido para derrotar a Holofernes y sus huestes. Ellos le dicen que pida a Dios que envíe lluvia para llenar las cisternas. Ella les dice lo que tiene planeado.

Lo que hace la viuda es seducir a Holofernes. Lo embriaga y cuando se duerme, lo decapita. Sin su jefe, las tropas asirias son derrotadas. El agua de la supervivencia que los asirios usaron como improvisada arma de guerra, es recuperada por los israelitas mediante la hazaña de Judit.

En otra parte de la Biblia, en el Génesis, el agua también es causa de disputa. Los pastores de Isaac pelean con los pastores filisteos del Valle de Gerar por la posesión de pozos de agua. La lucha (guerra) comienza cuando Abimélek, jefe de los filisteos, expulsa a Isaac de sus parajes porque el israelita progresó mucho y adquirió demasiado poder. Ya radicados en otro lugar, los siervos de Isaac cavan un pozo al que le dan el nombre de Seba y por ello a la ciudad que se forma en el entorno, es decir, en torno del agua, la nombran Berseba.

En la erosionada comarca que paradójicamente se llama Lagunera, quizá no se llegué a la guerra a pesar del racionamiento de agua que padecemos. Lo que no quiere decir que la escasez y la falta no sean capaces de producir algunos enfrentamientos vecinales. Pero si la tecnología no llega a conseguir el agua suficiente para las naciones, como han vaticinado algunos, las siguientes guerras serán por el agua.

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