En el entorno de peligro constante en el que vive, un chico negro que se enfrenta a la policía en Estados Unidos… puede morir.
Debieron haber sido pocas las pantallas de televisión en el mundo que no mostraron ese video. Y muchas las conversaciones que se tejieron en torno a imágenes, significados y proyección selectiva de culpas.
Brinca a cuadro vestida en amarillo audaz y arremete contra un joven encapuchado y de negro. Lo empuja, lo avienta, le trata de arrancar la capucha de la cabeza, le pega, lo vuelve a empujar. El escenario es como de escarnio. Más jóvenes vestidos de negro, se sabe que están protestando, se dice que es Baltimore, se recuerda la tensión del momento. Hay humo, algo de fuego de fondo. Escenario como de escarnio… para el joven, para la ciudad, para los que estamos viendo. La mujer sigue empujando al muchacho, que medio se retuerce para salir del foco vergonzante. Pero de poco sirve que se le enfrente, al final sabremos que se trata de su madre. Termina la escena y en pocos minutos, viralizado el video, la "madre de Baltimore" salta a la fama. Heroica, así la calificaron; ojalá muchos más padres se implicaran en la educación de sus hijos, argumentaron; un buen golpe a tiempo salva vidas, corearon los nostálgicos de otros tiempos.
Escuché con atención varias de las entrevistas que, luego, le hicieron a Toya Graham, la madre de ese joven de 16 años que estaba participando en las protestas contra la violencia policiaca en Baltimore (a raíz de la muerte de un afroamericano, Freddie Gray, a manos de la policía local). Toya, afroamericana también y madre de seis hijos, contó que vio en la televisión a un joven que participaba en las manifestaciones, reconoció en él a su hijo y salió corriendo a sacarlo (a zapes y empujones) de esa situación. "Yo no quiero que mi hijo sea otro Freddie Gray", repitió en varias ocasiones, y con esa frase me quedé: porque más allá de la zarandeada de la madre a cuadro, lo que ella intuía es que un joven negro puede morir en cualquier momento a manos de la policía. Ser negro hoy en Estados Unidos es (o sigue siendo) vivir en peligro constante. Lo decía en estos días un renombrado académico estadounidense, también negro: la pregunta no es por qué corrió Freddie Gray de la policía; "la pregunta es por qué no debería haber corrido, si ya sabemos cómo trata la policía a la población afroamericana".
Algunos puristas de la corrección política han reprimido la publicación (y celebración) del video con Toya y su hijo, porque arguyen que "los medios usan estas imágenes para estereotipar a las mujeres negras que sólo son vistas como golpeadoras e iracundas". Cada quien sus obsesiones. A mí simplemente me pareció importante ver a una mujer desesperada porque sabe que, en el entorno en el que vive, un chico negro que se enfrenta a la policía… puede morir. Ella prefirió sacarlo a empujones de esa situación. ¿Fue la forma correcta? No lo sé. Los miedos no siempre saben de modales.
En estos días de sismos, vi la fotografía de un niño de tres años que abraza en protección a su hermanita menor. Ambos en Nepal, ambos empolvados. Unos medios usaron la imagen para hablar del "subdesarrollo de algunos pueblos", otros para alabar la solidaridad humana, otros para recordar la necesidad de ayuda. Lo mismo hicieron los medios y sus agendas con el video de Toya y su hijo. Polisemia, interpretación, agendas. Todos, aún los radicales de la corrección política, deberían saber que así es la construcción del mundo en que vivimos. Se llama pluralidad. Y se disfruta desde el pensamiento crítico. Aunque a veces nos haga rabiar.
Twitter: @warkentin
(Comunicadora y académica)