Confiesa. 'Mi vocación real es la de lector. Si por mí fuera, me levantaría en las mañanas, leería un rato, regaría mis plantas, y regresaría a leer el resto del día'.
Distraído de las flores que ha recibido su último libro, "Un bolero para Arnaldo", el narrador mexicano Rubén Cortés asume el acto de escribir con la certeza de las mantis marinas, esos crustáceos capaces de ver hasta la luz polarizada.
"El secreto de escribir está en la mirada. Si uno tiene la de Ernest Hemingway y se lee 500 libros antes escribir uno, seguro le va a ir bien en este oficio", aseguró en entrevista Cortés, nacido en Cuba, pero naturalizado mexicano.
Publicado por la editorial Cal y Arena, la obra de autoficción retrata de manera cruda la realidad de la gente de a pie de Cuba y hace un ajuste de cuentas al sistema político de la isla, sin mencionar personas, pero sí hechos execrables.
Con una poderosa entrada en la que menciona una mosca dentro del ataúd de su padre, el autor juega con sus recuerdos en Pinar del Río, occidente cubano, se refiere al concepto de amistad de los hombres de provincia de entonces y denuncia cómo muchos de ellos fueron humillados sin razón por lo que llama "la gran utopía".
Con economía de adjetivos, el libro menciona la historia de cómo un policía obligó al padre de Cortés a quemar su vaca muerta hasta dejarla en cenizas para que no pudiera comer su carne, habla de las carencias en el barrio y relata actos humanos como el de Arnaldo cuando le regaló el único jabón de la casa a un prófugo.
"Escribí en las paradas de los semáforos o cuando tuve tiempo, este libro es un ajuste de cuentas con un sistema que ha impedido a seis generaciones de cubanos saber para qué sirven y los obligó a ser como monos con una bisagra en la nuca para decir sí", revela.
Erudito de la obra de Hemingway, a quien considera el maestro que lo enseñó a juntar palabras, Rubén revela que la velocidad del libro no hubiera sido la misma si no hubiera leído antes al colombiano Gabriel García Márquez y agradece lo aprendido del húngaro Sandor Marai, autor de "El último encuentro", de quien rescató la mística.
Un escritor de oficio
Cortés fue el típico joven cubano de finales del siglo pasado que apostó todo a su profesión. En 1990 emigró de Pinar del Río a La Habana y por años durmió, primero en el pasillo de una casa del barrio del Vedado, y luego en un reducido cuarto compartido, todo para crecer como periodista. En 1995 llegó como corresponsal a México, donde cumplió su sueño más caro, comprar libros, y así comenzó su relación de familia con un país que hoy considera propio. "En este libro hago mis votos como mexicano. En México supe para qué servía mi vida, me formé como persona y pude decir y callar cosas. Si Cuba fuera justa con sus hijos, a mis 51 años yo debería estar haciendo lo mismo que aquí, pero en mi país", comentó.