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La pesadilla continúa

SALVADOR KALIFA

La crisis en la zona del euro no parece tener fin. Lo que aparentaba hace poco más de un año el inicio de su recuperación económica y el término de los problemas de deuda soberana probó, a la postre, ser una ilusión.

La actividad económica en ese continente se deterioró durante el 2014; se exacerbó la amenaza de deflación; la desocupación en los países de la periferia sigue muy alta, en particular España y Grecia, donde alrededor de la cuarta parte de la población económicamente activa no encuentra trabajo; y la carga de la deuda obliga a programas de austeridad que generan una fuerte oposición de las poblaciones afectadas. En síntesis, la pesadilla continúa.

Sin embargo, no todos los países de la eurozona tienen problemas económicos severos. La gran excepción es Alemania, que crece con finanzas públicas sanas, mientras que la situación del resto de los países miembros va de mediocre a pésima.

En ese contexto se presentan dos eventos que pueden cambiar el destino del euro en el futuro próximo.

El primero ocurrió el jueves pasado, cuando el Banco Central Europeo anunció un programa de relajamiento cuantitativo, similar mas no idéntico, al que aplicó en tres ocasiones la Reserva Federal de Estados Unidos.

Ese programa contempla que los bancos centrales de cada país miembro adquieran la deuda soberana de sus gobiernos para aumentar la liquidez, estimular sus economías y evitar la aparición de una espiral deflacionaria.

El problema es que los representantes alemanes no vieron con buenos ojos esa medida. Alemania no necesita de ese tipo de estímulos para seguir creciendo y pueden acabar por crearle presiones inflacionarias indeseables, una vez que se detenga la caída del precio del petróleo y la depreciación del euro, al impulsar sus exportaciones, contribuyendo a sobrecalentar su economía.

Esto pone de relieve, nuevamente, la gran dificultad de mantener una moneda común en países sin una unión fiscal. En la eurozona cada parlamento decide, de manera independiente, sobre sus programas de gasto y déficit público, por lo que las economías prudentes y ordenadas como la alemana acaban rescatando las finanzas de las economías desordenadas y populistas como la griega.

Eso explica porqué desde que estalló la crisis de deuda soberana en 2010 los alemanes han sido los principales promotores de la disciplina fiscal y los impulsores de las reformas estructurales en los países con problemas, como son Grecia, Portugal, Irlanda, Chipre y España.

El costo de los programas de austeridad ha sido, sin duda, muy alto. El desempleo y la caída del ingreso agobian a estas economías, en particular a la griega, donde el domingo pasado su población votó por un "cambio" de orientación a sus políticas públicas.

Este es el segundo evento que puede cambiar el perfil de la zona del euro. El partido político Syriza ganó las elecciones en Grecia con promesas de acabar con la austeridad, revertir las reformas realizadas a petición de sus acreedores, recontratar a los empleados públicos despedidos y obtener una reducción de su deuda.

Hay, por lo menos, dos problemas con esas promesas. El primero, que son incompatibles con el deseo del 75 por ciento de los griegos de mantenerse como miembros de la eurozona. El segundo, que para llevarlas a buen término necesitan del consentimiento alemán.

El estira y afloja en las negociaciones del nuevo gobierno griego encabezado por Alexis Tsipras con la Unión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional comenzarán muy pronto. Existen, en esencia, dos alternativas.

Por un lado, los griegos y sus acreedores ceden parcialmente en sus posiciones con el afán de mantener a Grecia dentro del euro. Para que esto suceda es necesaria la anuencia de Alemania, que a la fecha no ha mostrado interés en que eso suceda. De hecho, la población alemana está cada vez más descontenta por tener que rescatar a otros miembros de la eurozona.

Por otro lado, rechazar las peticiones de los griegos y dejarlos con dos opciones. Una, alinearse a los programas de rescate con el subsecuente desencanto para su población o, dos, abandonar el euro y regresar a su anterior moneda, la dracma, con consecuencias muy probablemente desastrosas para su economía, por lo menos en el corto plazo.

Un comentario editorial de Bloomberg.com sintetiza la problemática anterior, al señalar que "Grecia y la zona del euro han llegado a un punto de catástrofe potencial. Ahora ambas partes deben reconocer que ninguna puede ganar un enfrentamiento de posiciones si la zona del euro ha de permanecer intacta".

En resumen, el futuro del euro está, otra vez, en el aire.

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