Es el dios de los comienzos y por eso se le dedica el primer mes, ianuarios: enero. Se le tiene por inventor del lenguaje, de la agricultura, de la moneda, la navegación, la arquitectura y del Estado. Jano, el dios romano de las dos caras, es también rector de las puertas. Todo lo que se abre y se cierra pasa por su mano. Defiende la entrada y la salida de la ciudad. Una cara suya ve al futuro mientras la otra recuerda lo que fue. Ése es el símbolo más acabado de la política, decía Maurice Duverger, el padre de la ciencia política francesa que ha muerto recientemente, casi centenario.
Duverger merece el nombre de fundador de la ciencia política en Francia porque hizo brotar de los estudios constitucionales una nueva perspectiva sobre el poder que terminó conformando una disciplina académica independiente. Gracias a sus trabajos, el Estado dejó de ser visto como una entelequia metafísica para ser un complejo de instituciones y procesos, reglas y hechos. Frente a la fascinación (tal vez teológica) de los abogados por las abstracciones, a Duverger le atraía la complejidad de lo concreto: las exigencias colectivas, los antagonismos, las estrategias de dominio, las consecuencias de las reglas. Intelectual, más que académico, creía que su conocimiento debía incubarse en el aula para salir de ella. Le gustaba definirse como un "periodista profesor" que enseña tanto en el salón de clase y en la ponencia como en el artículo de prensa. Su conocimiento estaba claramente perfilado a la acción.
Sería sencillo escribir sobre política en tiempos de consenso, advirtió alguna vez Maurice Duverger. Hablar del poder y sus propósitos bajo las ilusiones de la Ilustración o bajo las certezas del totalitarismo sería cosa simple. Pero exponer los principios de la política en tiempos de incertidumbre es muy distinto. No hay forma de eludir, así se quiera construir ciencia, la perspectiva personal, las aspiraciones y los ideales siempre en conflicto. Aún así, Duverger se empeñó en reflexionar sobre la política de manera rigurosa. Logró separar la ciencia del poder del Derecho Público y construir una serie de hipótesis que han llegado a considerarse leyes. En particular, resultó decisiva su observación sobre el efecto de las reglas electorales en el configuración de los partidos políticos. Los partidos no son expresiones naturales de una identidad cultural o ideológica. Son, en buena medida, efecto de un diseño. Explicó el régimen de la Quinta República francesa a partir de un concepto que él mismo acuñó: el sistema "semi-presidencial", advirtiendo que la constitución de 1958 mezclaba ingredientes del régimen parlamentario con otros del sistema presidencial.
El sociólogo encarnaba en buena medida la hegemonía intelectual de la socialdemocracia francesa de la posguerra. "Todos somos socialistas," llegó a decir en algún momento. No es extraño que su presencia pública y su pertinencia intelectual hubiera disminuido en las últimas décadas. Su socialismo se secó y se llenó de lugares comunes. En los artículos periodísticos de Duverger en las últimas décadas puede verse el agotamiento de una imaginación política. Poco dijeron sus artículos tras la caída del Muro de Berlín, no aportó gran cosa sobre las nuevas democracias en el mundo ni ayudó a perfilar una nueva identidad para la izquierda.
Quedan, desde luego, sus aportes al estudio de los partidos políticos y sus contribuciones al examen de las instituciones democráticas. Yo me quedo, más que con una teoría suya, con la imagen que mencioné en el primer párrafo de esta nota: la estampa de la política como ambivalencia. Desde siempre, la noción de la política se ha columpiado, dice Duverger, entre dos extremos. Por un lado, hay quienes enfatizan el conflicto, la lucha, la enemistad. Son aquellos que la entienden como una forma de la guerra. Con armas o sin ellas, es una batalla. La política, siempre dominación, sometimiento. Pero hay también quienes subrayan otra dimensión: el orden, la convivencia, la prevalencia de un interés común. La política se convierte aquí, en vehículo de integración. Gracias a la política hay diálogo y acuerdo. Ningún extremo puede negar al otro, sugería el politólogo francés en su Introducción a la política. La verdadera naturaleza de la política es la ambivalencia. Mecedora de extremos, la política es conflicto y es acuerdo. Por eso evocó al dios de las dos caras para retratarla. El Estado es siempre y en todas partes mecanismo de imposición de unos sobre otros, pero también y al mismo tiempo es plataforma común que permite algún provecho compartido. La historia es la tensión entre esas polaridades. Toda forma política se define por la intensidad de sus conflictos y la profundidad de sus consensos.
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