'La realidad es una; sus lecturas, infinitas'
Sorprendido por la gravedad de las acusaciones en contra de su paciente Remo Ayala, el psicólogo Alberto Albores acepta formar parte del equipo que defenderá la inocencia del joven. Pero a medida que obtiene datos cada vez más perturbadores sobre Remo, el psicólogo debe concluir si éste le contó simples fantasías o confesó hechos atroces.
En Huesos de San Lorenzo, el escritor lagunero Vicente Alfonso consigue una novela arrebatadora, que explora con gran talento el misterio de la identidad. Publicada por Tusquets, compartimos un adelanto de la historia que ya se encuentra disponible en librerías.
Además de Huesos de San Lorenzo (Premio Internacional de Novela Sor Juana Inés de la Cruz 2014) es autor de Partitura para mujer muerta (Premio Nacional de Novela Policiaca), Contar las noches (Premio Nacional de Cuento María Luisa Puga) y El síndrome de Esquilo.
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Al tomar la desviación, Pepe Zamora ve la Ranger color plata en el retrovisor: debe ser mucho más cómodo manejar eso que este Datsun de segunda. Bajo un cielo sin nubes, los dos vehículos se internan por la carretera secundaria. Un anuncio le recuerda que está en tierra de amigos y de buenos vinos. Siente un amago de gastritis y sus manos sudan. Ha estado aquí muchas veces, pero nunca durante las fiestas de San Lorenzo. Calma, Pepe, tú a lo tuyo. ¿O te vas a rajar ahora? Demuéstrale a Camargo que no eres ningún viejo tonto. Te has equivocado, sí, pero no es para tanto. Mata un perro y ya verás cómo te dicen.
En estos rumbos la leyenda de la Niña ha prendido como fuego en un pastizal. Prácticamente en todas las familias tienen algo qué decir sobre ella: a este le adivinó algo, a ese le curó una dolencia, a aquel le salvó una cosecha. La cosa cambia cuando se trata de aportar pruebas, datos concretos: ¿dónde nació, cuál era su nombre completo, a qué se dedicaba antes? Sobre eso nadie dice nada. Son más de cuatro meses los que poco ha ido armando un expediente de la muchacha.
Le han dicho que estaba tocada por la muerte: que quedó huérfana desde pequeña y fue criada por una mujer a quien llamaba madrina, cuyo final al parecer también fue violento. Sin embargo, la historia no termina de ensamblar: ¿cómo y cuándo murió la Niña? ¿Será verdad que la violaron y la golpearon? ¿Está conectada su desaparición con el saqueo de la iglesia? Hasta ahora, esa te parece la hipótesis más viable, aunque arroje nuevas dudas: ¿por qué enterrarla en Viesca, a casi setenta kilómetros de donde fue vista por última vez? ¿Qué papel juega el joven al que le llaman el Borrado? ¿Por qué volver por el cuerpo? Sin despegar la vista de la carretera, Zamora busca a tientas su grabadora, la acciona, y el aparato escupe una voz:
-…andaba yo vareando el dátil: de pronto miré un carro que agarraba terracería pal rumbo de la mina de sal. Era un carro de esos que casi nunca se ven por acá, mucho menos metiéndose a la tierra. Largo, brilloso, aplastado como esas cucarachas que salen cuando llueve. Yo sé que no está bueno espiar a la gente, pero la verdad se me hizo raro. ¿Qué tenían que hacer allí personas de fuera?
-A lo mejor eran unos turistas perdidos.
-Así mismo pensaba, pero entonces vi que el carro se detenía en el llano, pegadito a las palmeras. Estaban re cerquitas, hasta creía que me habían visto, que iban a preguntarme cómo entrar a Viesca. Pero no, no me habían visto, andaba yo de puritita suerte, si no, quién sabe cómo me hubiera ido…
-¿Por qué?
-Porque era él.
-¿Quién?
-El Borrado. Venía a buscar a la Niña para llevársela. Le vi clarito la cara cuando salió del carro: rete serio, los ojos de gargajo. Venía con otro señor, uno como de su mismo vuelo. A ése no alcancé a verle la cara, pero al Borrado sí. Se bajaron del carro y comenzaron a escarbar. Más bien fue él quien escarbaba, y ni siquiera hizo un pozo muy hondo, mientras el otro sacaba del carro una maleta. Sólo rascó un poquito aquí, otro poquito allá, hasta que a flor de tierra halló lo que buscaba. Y lo que buscaba era ella, o más bien lo que quedaba de ella...
-¿De quién?
-¿Cómo de quién? ¡De la Niña! Llevaban tanto apuro
Que se les cayó esto.
(El hombre sacó una bolsa de plástico cuyo contenido quedó expuesto a los ojos del reportero: un retazo de tela blanca con las orillas quemadas.)
Parras: tierra de vinos y de espiritistas. (Sólo de pensar en alcohol, Zamora siente ardor en la garganta.) Sobre los primeros, aquí hay empresas familiares que llevan siglos haciendo vino con procesos que no han cambiado desde el Virreinato. Pero no es alcohol lo que viene a buscar. Aunque de los espiritistas se habla menos, se dice que la región sostiene, también desde hace mucho, un diálogo con el más allá. Los antecedentes no se limitan a las sesiones donde Francisco I. Madero aseguraba que los muertos le dictaban cartas. Aquí el espiritismo se remonta cuatro siglos, cuando los indios laguneros decían, al paso de un remolino de viento y polvo, que el demonio vagaba por el desierto buscando a quién llevarse. Cachiripa, le llamaban.
Se detiene a comprar agua en un comedor para traileros. Dentro del negocio advierte un cartel: se vende sangre de cristo. Calmado, tú a lo tuyo. Busca el agua, págala y vete. Al volver al auto lo recibe una bocanada de aire caliente. Qué esperanzas que este carrito tuviera refrigeración. Mira el asiento del copiloto: además de la grabadora y la cámara, carga en su mochila mapas, fotos, libros, un cuaderno donde transcribe todo lo que le dicen sobre la Niña, y el que hasta ahora es su hallazgo más importante: un retazo de tela blanca con bordados azules.
Sabe que en su investigación faltan piezas importantes. Que para ser tomado en serio debe separar los rumores de los hechos, porque una cosa es creer en algo y otra muy distinta demostrarlo.
"Los indios laguneros vivían en un continuo estado de terror a la muerte", escribió Pablo Martínez del Río hace cincuenta años en un estudio publicado por la UNAM. No fue el viejo historiador el único en decirlo. Según las antiguas crónicas jesuitas, los nativos temían tanto a la muerte que no se atrevían a presenciarla. Creían que quien veía morir a alguien sería el próximo en irse. Cuando alguien agonizaba le llevaban a un lugar lejano y lo abandonaban a su suerte, o mejor dicho, a su muerte.
Escritas hace más de dos siglos, las crónicas no difieren mucho de los testimonios que él ha recopilado a punto de comenzar el tercer milenio, tras andar de pueblo en pueblo los fines de semana. Historias de muerte y de resurrección. De miedo y de fe.
Vuelve al camino. Le escuece la garganta, su lengua es un reptil. A medida que el Datsun avanza, el ambiente se vuelve más húmedo y a la orilla del asfalto brotan pastizales, pinabetes. De pronto aparece el primer viñedo, y luego nogales viejos, enormes, que proyectan sombra sobre la carretera. Al pasar por la hacienda de San Lorenzo, duda: ¿debe detenerse o seguir hasta la iglesia? Un anuncio informa que hoy comienza la última vendimia del siglo veinte. Preparada para las fiestas, la construcción invita a entrar. Pero no, Zamora, imagínate cómo se pondría Patricia. Qué te pasa, qué cosas se te ocurren: si ella estuviera contigo, este viaje sería otro. Tú mismo serías otro. Necesitas relajarte; ese asunto de la Niña te está volviendo loco.
Mete el retazo de tela en el bolsillo de su camisa. Aunque es la primera vez que visita Parras en días de fiesta, sabe que en la vida de estos pueblos conviven símbolos paganos y católicos. El mejor ejemplo está a punto de comenzar: en una ceremonia mitad bacanal y mitad procesión, en el templo de San Lorenzo se celebran misas mientras en las calles los jóvenes se embriagan disfrazados de Baco. No es un signo de los tiempos: así ha sido siempre. Tampoco los tahúres, las prostitutas y los estafadores están aquí por casualidad. Vienen cada nueve de agosto por la noche, atraídos por los turistas que pasean por los viñedos, que visitan las bodegas.
Baco, Cachiripa, el demonio y la muerte. Demasiadas presencias acechan en la zona en esta fecha consagrada al vino y sus potencias. La locura ritual. Le arde la garganta. La posibilidad de liberarse de uno mismo, del dolor y la pena. Pactar con el demonio, entregarse. Le arde la garganta: la tentación está allí. Nueve minutos después, entre los carros estacionados afuera de la hacienda, Zamora le da el primer trago a una botella de Gavilán.
Adelanto
Huesos de San Lorenzo, de Vicente Alfonso:
⇒ Premio Internacional de Novela Sor Juana Inés de la Cruz.
⇒ Bajo el sello editorial de Tusquests.