Quien no oye consejo no llega a viejo. Las aleccionadoras barbas del vecino… Vaya que hay muchos refranes que resuenan al enterarnos de los hondos enredos en que se ha metido el pueblo griego al no haber sabido controlar los vericuetos financieros en que lo metieron sus políticos.
No hay que desacreditar el que cualquier pueblo quiera mejorar sus condiciones de vida. La compulsión es más fuerte que nunca al socaire de la publicidad masiva que invade al mundo impulsándonos a un consumismo mucho más allá de nuestra productividad. La tranquilidad que una vida modesta asegura está definitivamente perdida. La tenaz publicidad que nos inunda no cesa.
Lo que le ha sucedido a Grecia que se enfrenta a una deuda internacional acumulada de 317 mil millones de Euros es un fenómeno que nosotros sufrimos hace años. El rescate de más de 50,000 millones de dólares por parte de los Estados Unidos resultó providencial como ahora lo será el que tengan que practicar la Troica financiera internacional. A nosotros nos costó sujetarnos a las restricciones recetadas por el Consenso de Washington.
La solución inevitable a la complicada problemática del desarrollo acelerado está en la sensatez de los electores al ejercer sus derechos cívicos. Los que han sido votados a los puestos públicos son los que fueron escogidos por el pueblo. La responsabilidad ciudadana es inevitable.
La evolución de la democracia siempre ha sido lenta. La historia se cuenta desde su iniciación en las ágoras atenienses de hace más de 2400 años. Después de ellas, no todos los países han avanzado a paso igual.
Las extremas dificultades y las severas medidas a que de ahora en adelante se enfrentarán los griegos para corregir su insolvencia estarán a la vista del mundo entero. No hay que conmiserarse de ello. El drama no ha sido tanto culpa de los gobernantes sino de los ciudadanos que, tras de llevarlos al poder público, no tuvieron ni la vocación ni la tenacidad para monitorear su actuación ni los endeudamientos que contrajeron para responder a las exigencias populares.
La penosa tragedia griega que resultó de deudas internacionales impagables dejó dos claras lecciones: la necesidad de tener el sentido común de elegir a los que lo merecen desechando promesas huecas de campaña, y la de seguir celosamente el desempeño de los funcionarios para recusarlos en caso de no cumplir sus promesas y obligaciones.
Este último ejercicio es trabajoso puesto que requiere una férrea voluntad a que el ciudadano normalmente no está habituado. Sin él es imposible sin embargo esperar que un gobierno funcione a la altura de las necesidades populares.
El drama griego que ocupa a los medios de estos días no es asunto ajeno al drama mexicano actual en el existen asuntos que también se nos han salido de cuadro. Desde luego el desorden en la esfera de la educación es tan grave o más que el problema presupuestal griego que también sufrimos aunque en menor gravedad.
En efecto, los millones de estudiantes de primaria y secundaria que están quedando sin clases por culpa de la inconciencia sindical, prolongarán por decenas de años el retraso nacional que desde años padecemos. Este problema es más severo que el económico de Grecia o el de su pertenencia a la Unión Europea. En cuanto al sobregiro de las deudas públicas federales y estatales de México, sus montos, ya escandalosos desde el ángulo político, amenazan con salirse de control pudiendo alcanzar la gravedad de los niveles griegos.
Hay cierta preocupación que se ventila entre nosotros sobre los efectos en nuestra comunidad de la presente crisis griega y los efectos de su abandono del Euro. Más debe preocuparnos el no poner dique al descontrol de nuestro sistema educativo o a disciplinar nuestras deudas públicas. Las consecuencias que debemos que temer y evitar están en casa. No en Grecia.
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