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Las huellas del monstruo

FEDERICO REYES HEROLES

Para convivir necesitamos del monstruo. Llámese Leviatán o Behemoth o simplemente estado. Es a través de él que logramos contener al "lobo" que está dentro del ser humano, así lo pensó Thomas Hobbes. El estado se impone entre los humanos como garante. Pero una convivencia civilizada exige límites muy claros de los territorios del monstruo. La vida íntima, amorosa, emocional, no le pertenecen. No es negociable.

El Leviatán de Hobbes fue publicado en 1651. Menos de dos décadas antes había nacido otro filósofo inglés, John Locke que también aceptaría la necesidad del estado para la convivencia humana. Su premisa era diferente: el estado es un mal necesario. Entre menos estado, mejor. La privacidad jamás debe ceder espacio.

Hace unos días apareció la nota. China pone fin a la política del hijo único. No hubo gran revuelo, ni siquiera en la propia China. El hecho es una lección para todo el orbe. Como consecuencia de la política del hijo único, China se avejenta con celeridad. Además, según The Economist, el desequilibrio entre varones y mujeres es decir, el déficit de mujeres, podría rondar los 60 millones. Que el estado dé marcha atrás no es graciosa concesión sino necesidad pura. Otra vez habló la economía, no la ética. De seguir por ese camino muy pronto China dejará de ser competitiva en el mundo global del cual empieza a gozar. Para construir un futuro de verdad próspero, China necesita garantizarse brazos jóvenes que mantengan la planta productiva en funcionamiento.

En el horizonte están ya varias tragedias demográficas que parecen similares. Sólo lo parecen. Japón podría perder hasta 20 % de su población actual en el 2050 y Rusia casi el 40 %. Primera ocasión en que este fenómeno no es producto de una guerra o una pandemia. España, Italia y otros están en la lista, pero llegaron por otro camino. El caso chino es muy diferente pues los desequilibrios fueron provocados por el estado que ahora corrige. Seguir esta ruta de razonamiento de las necesidades económicas, implica caer en la trampa autoritaria de los chinos. La familia, su integración, su extensión no, pueden ser resultado de una política de estado. Estamos ante una de las peores atrocidades cometidas por la humanidad. La política del hijo único buscaba disminuir drásticamente el crecimiento demográfico y lo logró haciendo punibles otras opciones de familia. De paso se propiciaron millones de abortos de niñas. Fue una forma silenciosa de exterminio masivo y selectivo.

El estado debe informar, incluso sugerir, pero hasta allí. La familia pequeña vive mejor, pocos para darles mucho. Pero el estado nunca sabrá cuales son las necesidades subjetivas de una persona, menos de una familia. Ahí el estado debe contenerse. Las políticas poblacionales son muy necesarias. Un ejemplo, en la primera década de este siglo el estado mexicano guardó en el cajón la propaganda para alertar sobre el embarazo de adolescentes producto muy frecuentemente de falta de información e irresponsabilidad. El repunte fue terrible. La cifra podría rondar en los 400 mil al año. Surgen así hogares muy inestables. Tampoco se trata de implantar una familia prototipo -dos hijos y un perro- que cancela la libertad de búsqueda. Así como el estado debe informar sobre los riesgos en la ingesta de ciertos productos, también debe hacerlo en el rubro demográfico. Pero hasta allí.

El porqué del deseo reproductivo es un terreno muy peligroso. La política demográfica china debe quedar en los anales de lo peor del autoritarismo y eso no se acabó en octubre de 2015. Sigue vigente. Autorizar un segundo hijo es -en esencia- igual de autoritario. ¿Por qué no tres? Cada quien que decida de manera informada según sus posibilidades y fuerzas. El giro en la actitud gubernamental, esperado desde hace años, supone el reconocimiento parcial de un grave error. China, a un tris de convertirse, de nuevo, en la primera potencia económica del orbe, se percata de su debilidad poblacional. Corrige. Pero el daño ya está hecho y no es sólo económico. India observa. Hay un daño emocional del que nunca sabremos bien a bien. Familias que no pudieron tener la descendencia deseada y que habitaron este planeta con una carencia que no se mide en dólares o renminbis.

La lección está allí. El estado invadió el ámbito privado y se equivocó. En China se violentaron masivamente los derechos reproductivos -tener o no tener descendencia, con quién y cuándo- un asunto personalísimo. Por supuesto que la economía china no hubiera tenido los espectaculares resultados de las últimas décadas con un crecimiento demográfico alto. Pero las huellas del monstruo pisoteando la privacidad allí quedan para la historia. La prosperidad como valor supremo no es un buen guía. Las decisiones informadas y en libertad de los individuos siempre serán una mejor brújula.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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