Mi padre murió sin una disposición clara de lo que debíamos hacer con sus cenizas. En una de nuestras más incómodas conversaciones, toqué el tema y contestó con un hartazgo que su sonrisa volvía casi entusiasta: "¡Tírenlas donde quieran!".
Le pedí que no pensara en él sino en nosotros, deseosos de recordarlo. Enfatizó la sonrisa con que salía de los temas que no le interesaban: "Hagan lo que les dé la gana".
Fiel a su idea de que cada quien debe pensar por cuenta propia, nos legó la libertad de encontrarle un último destino. Decidimos llevar una parte de sus cenizas a la zona zapatista en Chiapas, por una razón sencilla: Luis Villoro Toranzo comenzó su trayectoria filosófica estudiando a los primeros intérpretes de los indios y la concluyó como interlocutor de comunidades tzeltales, purépechas, tojolabales. Nacido en España y aclimatado con dificultad a las injusticias sociales de México, leyó a Sahagún, Clavijero y Vasco de Quiroga en busca de un tejido multicultural de mayor riqueza, sin saber que se preparaba para seguir su ejemplo muchos años después, reivindicando los derechos de los pueblos originarios.
La fase final de su vida estuvo dedicada a concebir un futuro incluyente. En su mesa de trabajo dejó apuntes sobre "Budismo y zapatismo", el camino de la transformación social y el camino que se emprende al morir. Su último libro, La alternativa, todavía inédito, recoge las lecciones aprendidas en el movimiento zapatista.
El 2 de mayo, su viuda, Fernanda Navarro, y yo, acompañados de amigos muy cercanos, asistimos en Oventic al acto en que el EZLN rindió homenaje a José Luis Solís, maestro cuyo nombre de lucha era Votán Galeano y que fue asesinado hace un año, y a mi padre. El comandante Moisés explicó los vínculos entre ambos: gracias a que Luis Villoro apoyó la Escuelita Zapatista, un agricultor de La Realidad pudo convertirse en maestro, y gracias al EZLN, un maestro pudo convertirse en zapatista: "En otras partes lo conocen de teórico, nosotros lo conocemos de práctico", dijo Moisés.
Como es sabido, el subcomandante Marcos cambió de identidad para convertirse en subcomandante Galeano, dándole voz y sobrevida al profesor asesinado. Cervantes decía que no era el padre sino el padrastro del Quijote (había reunido papeles escritos por un árabe que él daba a conocer). En un gesto cervantino, Galeano es albacea de Marcos; habla en su nombre sin suplantarlo. Hurgando en los papeles del "difunto" subcomandante, dio con el momento en que Luis Villoro decidió ser zapatista. Con el rostro descubierto, el profesor de filosofía asumió la misión secreta de luchar por los pueblos indios. Esto era sabido, pero ahora nos enteramos de las circunstancias en que llegó a la montaña con zapatos de calle, sin perder la sonrisa ni el aliento. Conocimos otra pieza del retrato de un pensador que ha sido con argumentos que en otros tiempos eran elogios: un "optimista de la voluntad", un "romántico".
Para muchos, el zapatismo se ha difuminado. No es así. De las proclamas de la primera hora, el movimiento pasó a la paciente construcción de la vida diaria. La utopía que mi padre buscó en la montaña con sus zapatos de calle tiene un sorprendente modo de existir. Las Juntas de Buen Gobierno imparten justicia colectiva, las clínicas mejoran sus métodos, las escuelas amplían sus horizontes.
La palabra "yo" se usa poco en las lenguas indígenas; predomina el "nosotros". Bajo una nube de espesa niebla, Oventic congregó al "nosotros" que Luis Villoro imaginó para "la sociedad por venir".
Ese día pedimos al comandante David, máxima autoridad de Oventic, que eligiera un árbol para depositar las cenizas. El 3 de mayo nos condujo a un liquidámbar. La elección no fue azarosa: "Escogimos este árbol por dos razones -explicó David-: es un liquidámbar joven y puede vivir cien años; don Luis estará custodiado por mucho tiempo. Además, está cerca de donde nosotros nos reunimos -señaló el auditorio de madera y prosiguió-: hay muy buenos árboles en el bosque, pero queríamos tenerlo junto a nosotros".
Echamos puñados de ceniza en la tierra abierta. En su enumeración de los misterios del universo, Borges se refiere al "polvo que fue Shakespeare". La música verbal de Inglaterra se redujo a esa tenue sustancia. Nada más precario, nada más resistente que las cenizas.
Luego asistimos a un acto en el auditorio. Al salir, el liquidámbar estaba rodeado de flores y velas encendidas. El jardín del filósofo.
El viento mecía las ramas con el rumor de lo que aún no es una palabra, pero ya es una idea.