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Lo que hoy fue no será mañana

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Lo que hoy fue no será mañana

Lo que hoy fue no será mañana

Marcela Pámanes

Todos tenemos momentos de quiebre, crisis emocionales, incertidumbres y angustias. Estamos vivos y eso es parte de esta experiencia humana.

Sobreponernos a esas pruebas nos demanda enfoque, consciencia y reconocimiento de nuestras emociones. Las pérdidas son por lo general lo que más desestabiliza. La muerte inesperada de un ser querido, un divorcio, una ruptura amorosa, una situación económica precaria, el desempleo, un fracaso empresarial, un diagnóstico de enfermedad grave o crónica, la disolución de una sociedad, el enfrentamiento con la familia o amigos.

Salvo que algo se me escape, esas son las situaciones de más estrés en la vida. Nos duele el estómago, el pulso se acelera, hay un vacío en el centro cardíaco, se nos seca la boca, experimentamos náuseas, se trastoca la existencia. Y esos son solo los síntomas físicos. Lo que pasa con nuestras emociones puede ser todavía más grave. Amamos y odiamos a un mismo tiempo, o más bien eso creemos, hay una 'desubicación' de índole mental, no conciliamos el sueño y por la tanto no descansamos y con ello agravamos la percepción que tenemos de los hechos. Si cursamos con una adicción, esta se exacerba y propiciamos una fuga de la realidad y de energía. El desorden, producto del caos, nos lleva a más caos.

De pronto es como si estuviéramos en una montaña rusa cuyo viaje parece interminable. Nos resulta difícil aceptar que estamos metidos de lleno en un proceso de duelo, palabra que proviene de doler, por cierto, las más de las veces nos dolemos de nosotros mismos: no lloramos la muerte del que se fue, lloramos por lo que nos afecta su ausencia; no lloramos el trabajo perdido, lloramos por la inquietud de las cuentas por pagar o la disminución de la calidad de vida.

Bien dicen, no es lo que te pasa si no lo que haces con lo que te pasa. En la tanatología están perfectamente identificadas las etapas del duelo: el primer impacto, cuando no podemos creer que estemos viviendo eso tan terrible que nos dobla y nos quita el aliento, la sabia naturaleza nos empieza a preparar para enfrentar lo que está por llegar. Luego viene el enojo, cuando nos damos cuenta que no es un mal sueño y que nada de lo que hagamos cambiará lo que estamos viviendo, nos enojamos con quien se cruce por delante, inclusive con los más cercanos. Después nos abraza la tristeza, ya no están las llamadas, ni las visitas, ni las consideraciones, está la soledad y la desesperanza como compañeras, en un duelo normal esto deberá pasar, la alegría y el sentido de vida debemos recuperarlos al cabo de cierto tiempo, si no es así, se hace necesario buscar apoyo profesional. Si logramos atravesar el dolor, lograremos reconstruirnos y estaremos listos para lo que sigue.

Uno nunca sabe cuándo le tocará vivir alguna de estas pérdidas, por eso es que hay que estar preparados, con la luz encendida, atentos. Vivir un duelo con una depresión encima lo agrava, vivir una pérdida con rencores de por medio puede ser insoportable.

Como simples mortales no podemos controlar lo que nos pasa. No sé a ustedes pero a mí me hace mucho sentido eso de que cada uno de nosotros vive lo que toca, que todo es un aprendizaje, una oportunidad de fortalecer el espíritu, de redefinir prioridades, de acercarnos con más precisión al perdón, de darnos cuenta de lo que somos y quienes somos.

Todas las tristezas se viven de una manera muy personal, nunca un dolor es igual a otro, nunca dos personas lo experimentan de la misma manera, como diría Ernesto Sabato: había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío. Y en otro párrafo de su novela El túnel describe bien el desasosiego: “Fue una espera interminable. No sé cuánto tiempo pasó en los relojes, de ese tiempo anónimo y universal de los relojes, que es ajeno a nuestros sentimientos, a nuestros destinos, a la formación o al derrumbe de un amor, a la espera de una muerte. Pero de mi propio tiempo fue una cantidad inmensa y complicada, lleno de cosas y vueltas atrás, un río oscuro y tumultuoso a veces, y a veces extrañamente calmo y casi mar inmóvil y perpetuo...

Esto también pasará, como pasa todo, acordarnos de la impermanencia como realidad nos puede alentar, saber que hay un movimiento constante y tener la certeza de que lo hoy fue no será mañana nos dará tranquilidad.

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