Nadie está pidiendo que los políticos nos digan todo. El filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han, que ayer citaba Ciro en estas páginas, critica la exigencia de transparencia que lo invade todo. Explícitamente dice: "Quien refiere la transparencia tan sólo a la corrupción y a la libertad de información desconoce su envergadura" porque él se refiere a otra exigencia de transparencia "esa que se apodera de todos los sucesos sociales". Pero lo que se está pidiendo a los políticos hoy es que sean transparentes con el uso que hacen de los recursos públicos. Nada más. Yo no quiero, y supongo que muchos otros tampoco, saber nada de las vidas privadas de políticos y funcionarios: Si son hombres o mujeres fieles, si están casados o sólo tienen relaciones casuales, si tienen o no hijos. No me interesan en absoluto sus preferencias sexuales, ni si consumen pornografía o si para relajarse en las noches toman whisky, meditan o fuman marihuana. No me interesa cómo se visten, si cantan en la regadera, si son sibaritas o compulsivos consumidores de comida chatarra. Pedirles que sean transparentes en sus vidas sería una locura. ¿Quién resistiría semejante invasión y de qué serviría? Pero eso no es de lo que se está hablando cuando se pide mayor transparencia. De lo que se trata es de que la política sea una actividad a la que se acerquen quienes quieren participar activamente en la definición del rumbo que tomamos, los que crean tener respuestas para los desafíos que enfrentamos como grupo, los que saben organizar y organizarnos, incluso, los que les gusta influir en la conducta de los otros. Y no que como miel la política atraiga sólo a quienes ven en esa actividad una forma fácil de enriquecerse.
Han escribe: "La potente exigencia de transparencia indica que el fundamento moral de la sociedad se ha hecho frágil, que los valores morales, como la honradez y la lealtad, pierden cada vez más su significado". Es verdad, hoy queremos que los límites del abuso no dependan de la moral del funcionario sino de un sistema de vigilancia que disuada a todos, los impolutos y los potencialmente corruptos, de servirse con la cuchara grande a la hora de aprovechar las ventajas (que igual son muchas y no sólo económicas) de sus posiciones.
Los que se muestran más allá de lo que se necesita son ellos. Nadie les exige que salgan en revistas de sociales ni que nos enseñen sus casas y su forma de vida. El exhibicionismo es de cada quién y no una condición para tener éxito en la política. Las pruebas sobran: López Obrador, Castillo Peraza, Cárdenas y muchos otros.
Lo que se discute hoy es mucho más simple y básico: Cómo crear instituciones creíbles que pongan límites al uso privado del poder y de los recursos de todos. Esa transparencia no es una cuestión de morbo. No se trata de pedir información para curiosear quién tiene más o menos. Ni siquiera sería necesario, creo yo, que las famosas tres declaraciones (la patrimonial, la de intereses y la de impuestos) estuvieran necesariamente al alcance de todos nosotros. Bastaría con que se entregaran a una institución independiente del poder ejecutivo, confiable, con capacidad para investigar y corroborar los datos y que estos, en todo caso, se hicieran públicos sólo en ciertas circunstancias.
Querer saber quién hace qué con el dinero público, hoy, en nuestro país, no es sólo una legítima demanda política, a ratos parece, a juzgar por las resistencias, una exigencia francamente subversiva.