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Lodazal

FEDERICO REYES HEROLES

Las bocas se unen. Él con el pelo cano de la experiencia, ella, su prometida, es elegante y bella. El veterano y popular gobernador de Oregón iniciaba, ese día, su cuarto mandato. Un mes después debe presentar su renuncia pues se comprueba que la parejita incurrió en tráfico de influencias. Otro caso. La madre lo mira con ternura de abajo hacia arriba y apoya su mano en él. El hombrón, que además es su colaborador, la conduce sonriente. Son los días de fiesta pues el caso Penta sacó a relucir el escándalo de financiamiento ilegal en el partido de la derecha, sus adversarios políticos. Él se llama Sebastián Dávalos, ella Michelle Bachelet. Días después, están atrapados por el "Nueragate". La nuera es descubierta junto con su esposo en un negocio multimillonario en que utilizaron información privilegiada, justo cuando Bachelet, la socialista reelecta, hacía campaña.

Los Pujol, el gran líder de la Generalitat y su hijo, son hoy referente obligado de corrupción galopante. La Infanta Cristina y su ingenioso esposo, siguen bajo proceso por el caso Noos, convertidos en la vergüenza familiar. Las pillerías del Rey Juan Carlos son conocidas, pero se mantienen en un conveniente silencio. Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, los súbitos y sorprendentes líderes sociales españoles, también optaron por el silencio frente al escándalo ante Hacienda del tercero de Podemos, J. C. Monedero, por nada menos que 425,000 euros. La señora Kirchner está contra la pared acusada de encubrimiento en lo que su jefe de gabinete llama un "golpismo judicial". La presidenta Rousseff, que heredó la pestilencia de los sobornos a legisladores de su popular predecesor Lula da Silva, ve a su gobierno sacudirse ante las asombrosas columnas, no de petróleo, sino de porquería que brotan en Petrobras.

La lista es infinita: los negocios de Chirac o de Helmut Kohl o de las empresas chinas. Los escándalos aparecen en países desarrollados, emergentes o pobres. Parece ser una pandemia. Financial Times retoma un informe de la OCDE que demuestra que son las empresas grandes, -de más de 250 empleados, las más institucionalizadas, con más controles-, las que más inciden en los sobornos. No se puede dejar de mencionar a la FIFA, barco insignia de corrupción, que cada cuatro años convoca a miles de millones al espectáculo futbolero. Mal de todos, consuelo de tontos. No, al contrario, veamos el lado doloroso, pero positivo.

La corrupción no era tema internacional hace un cuarto de siglo. Peor aún, era legal y deducible hasta en un 20 poor ciento. Una gran empresa encargada de instalar una termoeléctrica en África con un valor de alrededor de 1500 mdd., estaba autorizada a utilizar y deducir hasta 300 mmd. en "gastos de instalación" (licencias, permisos, sobornos a diestra y siniestra). En las instituciones internacionales como el Banco Mundial, estaba prohibido hablar de corrupción. Cuando más, se hablaba de alto factor "C". Fue gracias a la iniciativa de Peter Eigen, fundador de Transparencia Internacional y de James Wolfensohn al frente del Banco Mundial y su Instituto que se hicieron las primeras investigaciones sobre corrupción. Pero no se trató sólo de una aproximación ética, sino de desarrollo y justicia. Los bueyes fueron puestos delante de la carreta: no es que los países sean menos corruptos cuando alcanzan el desarrollo, es a la inversa, se desarrollaron porque atacaron la corrupción.

Quizá lo más interesante es que la corrupción es un impuesto brutalmente regresivo. No es casual que los países más justos, -los escandinavos a la cabeza-, sean los menos corruptos. Las convenciones antisoborno de la OCDE y las de Naciones Unidas internacionalizaron la discusión volviéndola un asunto abierto y global. En los países signatarios se puede denunciar a empresas de otro país signatario, que incurra en sobornos. Cada día hay más mediciones y comparaciones incómodas. El problema no respeta fronteras. Hoy sabemos que en pleno Manhattan los consorcios "piratas" pueden adquirir bienes inmuebles, o que los mejores bancos están expuestos a lavado y pillerías. Es un problema de leyes y también es cultural. México está hoy atrapado en un torbellino que lo expone frente al mundo. La corrupción está en todos los partidos y órdenes de gobierno.

Héctor Aguilar Camín (Milenio, 11-2-2015), basado en un libro que habré de leer de K. A. Appiah, habló de un tema apasionante: las revoluciones morales. Me sumo a la inquietud, por eso es tan relevante conocer nuestra cultura ciudadana a fondo. Hace alrededor de 20 años Enrique Alduncin inició la medición de lo que hoy llamamos la cultura de la legalidad. Un 25 por ciento de los mexicanos consideraba naturales las prácticas inmorales; uno de cada tres opinaba que lo grave era ser sorprendido, no violar la ley; uno de cada veinte decía que la corrupción ayudada a la economía. En el 2010 Banamex/FEP midieron el fenómeno: la corrupción es considerada ya la segunda causa de división entre los mexicanos. No hay retorno: sistema nacional anticorrupción, fiscal independiente y penalización de personas y empresas. Sólo así saldremos del lodazal.

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