Cuando el periodista español Jaime Sanllorente llegó a Bombay, nunca se imaginó que su vida iba a dar un giro de ciento ochenta grados. A esa ciudad -la más emergente y occidental de la India, acuden diariamente más de mil personas buscando un sueño, un pequeño trabajo en una multinacional o un papel en una película. Gente pobre que vive en el campo o en las calles de otras poblaciones, que permanecen hacinadas en tugurios bajo condiciones lamentables y que no tienen un pedazo de pan para alimentarse al día siguiente, llegan a esta enorme, colorida y ruidosa ciudad para poner a prueba el último aliento de su agotada esperanza. Después de varios intentos, finalmente la mayoría se aloja en chabolas (viviendas pequeñas, hechas de material de desecho), y con ello, solamente consiguen aumentar su frustración, porque el sufrimiento humano se torna intolerable cuando se hace todo lo posible, y a pesar del desgaste, no se puede llegar a la meta. Un 60% de sus 20 millones de habitantes reside en condiciones de absoluta insalubridad. De esta cantidad, 2.4 millones son niños sin escolaridad entre los 6 y 14 años, de los cuales 1'100,000 son niños trabajadores. El abandono escolar ronda el 50%. Recordemos que alrededor del mundo, 25 mil personas mueren diariamente de hambre.
Bombay es el destino anual de unas 5,000 jóvenes vendidas o secuestradas en países como Bangla Desh o Nepal, y forzadas a trabajar en prostíbulos de zonas como Kamathipura, conocidas como "zonas de las luces rojas", con elevadas tasas de criminalidad. Bombay, también conocida bajo la forma local de "Mumbai", ha sido descrita por numerosos periodistas y escritores como "el infierno en la tierra".
Cada vez que el periodista Jaime Sanllorente visitaba una ciudad de la India, prefería mejor no conocer sus suburbios para no mirar el lado más dramático que con toda seguridad se le presentaría. Pasaba bordeando esas impenetrables zonas como quien se tapa los ojos para no darse cuenta de la terrible realidad que padece el mundo: la triste y vergonzosa pobreza que principalmente hace sufrir a los niños. Sin embargo, en esta ocasión fue diferente, después de recorrer Bombay, tomó la determinación de no quedarse igual, de comportarse como un ser humano y mirar las cosas desde el corazón. Se dijo a sí mismo que era periodista, pero por encima de todo, era persona, y por lo tanto necesitaba saber cómo vivían esos pobres de la India. Presintió que tal vez en esos sitios encontraría hermanos en desgracia que lo estaban esperando para que los ayudara, y dentro de sus posibilidades para que los arrancara del sufrimiento. Fue así como providencialmente conoció un orfanato con cuarenta niños que estaba a punto de cerrar sus puertas por falta de recursos económicos. En seis días lo iban a clausurar y los pequeños tendrían que salir a las calles a buscar un mendrugo para poder sobrevivir. Lo peor de todo es que afuera del orfanato estaba estacionado un coche negro con vidrios polarizados, y en su interior, varios hombres que pertenecían a las mafias de la ciudad esperaban pacientemente como aves de rapiña a que salieran a la calle para recogerlos y llevárselos a prostituir.
Se dio cuenta que si no hacía nada, en seis días la vida de aquellos niños se echaría a perder para siempre. Si no hacía nada, los cuervos que buscaban carroña saldrían victoriosos, y después ya sería casi imposible reintegrarlos a la sociedad, a los valores familiares y a las buenas costumbres.
Sin pensar en sí mismo, Jaime Sanllorente habló con los encargados del orfanato, conoció a cada uno de esos maravillosos niños, y se comprometió a volver cuanto antes para fundar un patronato y salvarlos. Al día siguiente regresó a Barcelona y vendió su departamento, tocó puertas para entusiasmar a otros en el proyecto y conseguir dinero suficiente. Fue así como fundó en el año 2004 una asociación llamada "Sonrisas de Bombay", y emprendió lo que él define como una lucha pacífica contra la pobreza que ha permitido conservar la esperanza de aquellos seres inocentes cuyo rostro se ilumina con una hermosa expresión de agradecimiento que a todos llega al corazón.
En contraste, hablando de "la decisión que marcó la diferencia", en el año 1994, en Sudán (África Oriental en la región del Alto Nilo), hubo una terrible hambruna. Diariamente morían miles de personas por falta de agua y comida. Los niños eran los que más sufrían. Sus cuerpecitos se quedaban sin desarrollar y su estómago se abultaba, al mismo tiempo que se cerraba y ya no admitía alimentos. Sus huesos resaltaban sobre la piel, y finalmente se quedaban agonizantes bajo el sol abrasador del desierto en espera de la muerte. Hasta esos lejanos lugares llegó el reportero Kevin Carter en busca de la "mejor fotografía" que podía darle fama y hacerle ganar un puñado de dólares americanos. Después de varios días, finalmente encontró lo que quería. La foto -que posteriormente ganó el premio "Pulitzer", muestra a un niño de diez años -que aparenta cuatro, arrastrándose hambriento y herido hacia un campo de alimentos de las Naciones Unidas localizado a varios kilómetros de allí. Atrás de él, un enorme buitre está esperando por la muerte del pequeño para podérselo comer. Esta fotografía dejó perplejo al mundo entero que no se había enterado o no quería enterarse del terrible drama que en esa parte del mundo se estaba viviendo.
Nadie sabe qué sucedió con el niño, pero todos nos lo podemos imaginar. Lo que sí sabemos, es que el fotógrafo Kevin Carter accionó su cámara y de inmediato abandonó el lugar sin importarle la suerte de aquel ser humano que tanto lo necesitaba. Y también sabemos, que tres meses después se suicidó debido a una fuerte depresión.