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CAMINO DE PERFECCIÓN

JACOBO ZARZAR GIDI (Columna póstuma)

Desde niños, se nos dijo hasta el cansancio que ciertos espectáculos eran exclusivamente para adultos. Se nos prohibió una y otra vez que entráramos a ver una película prohibida o leyéramos una revista que no era propia para la edad que teníamos. Cada vez más, el cine y después la televisión, fueron exhibiendo escenas con mayor contenido erótico dirigido principalmente a la juventud, que por su edad y metabolismo, eran y son campo propicio para la comercialización exitosa de los mismos.

Con el tiempo, muchos de esos jóvenes -ahora transformados en adultos, se preguntan, si moralmente pueden o no, ver esas películas y programas que cada vez con mayor facilidad penetran al hogar de tantas y tantas familias. Reflexionan "que si fueron filmados para adultos, no tienen la menor duda de que por la edad, ahora ellos son adultos y que por lo tanto no existe nada de malo en estarlos viendo". Se dicen a sí mismo, que esa clasificación ya no está prohibida para ellos, y que por lo tanto podrán tranquilamente mirar sin ninguna limitación, sin remordimientos y sin cometer alguna falta grave contra su propia moral que es de carácter universal. La verdad es que, a esas revistas y a esas películas, no debemos llamarlas "para adultos", lo correcto es decir, con toda claridad y en voz alta, que son "pornográficas".

La pornografía, es un arma poderosa que tiene el demonio para engañar y hacer caer en pecado mortal a multitud de personas que se dejan llevar por el placer momentáneo de los sentidos, ocasionándoles excitación temporal que puede o no conducir al acto sexual. Aceptar la pornografía es penetrar en un túnel oscuro antesala de un abismo profundo, que puede arrastrarnos a la condenación eterna. Así son las terribles consecuencias que acarrea ese "deleite" de los sentidos que nos convierte en seres propensos a permanecer alejados de Dios; que nos impulsa a tener desviaciones sexuales y a caer en degeneraciones insospechadas. Si nos seguimos dejando llevar de la mano del maligno, se operará en nosotros una grave transformación, de la cual más adelante habremos de arrepentirnos; causaremos una gran desintegración a nuestra propia familia, impidiéndonos dar consejos sinceros y de alto valor moral a los hijos, y lo más importante, provocándonos un choque espiritual que nos impedirá seguir la huella de Dios. Y si hablamos de "las fantasías sexuales", puedo afirmar sin temor a equivocarme, que se trata de polilla que corroe el espíritu y trastorna el cerebro.

Después del Concilio Vaticano Segundo, la Iglesia Católica ha estudiado este problema de conciencia para orientar y dirigir a todos aquellos fieles que tienen especial cuidado de sus actos para no ofender a Dios. Las conclusiones a las que se llegó, son en cierto modo confusas y permanecen los criterios divididos, dando la impresión de que algunas de ellas no coinciden con el camino de perfección que todos debemos seguir. Suponiendo sin conceder, que la Iglesia determinara que "no es pecado mortal que las parejas casadas vean ese tipo de espectáculos", de todas formas la conciencia, que es un juez estricto, imposible de engañar, nos marca con claridad un fuerte remordimiento por la ofensa cometida a Jesucristo, que únicamente con la confesión podremos callar. (Algunos sacerdotes católicos afirman que a Jesucristo no se le puede ofender, pero yo no estoy de acuerdo con ese criterio).

En la vida hay ciertas cosas que a pesar de estar "autorizadas" en determinadas circunstancias por los seres humanos -que con facilidad se equivocan, es mejor abstenerse de realizarlas por las consecuencias desastrosas que acarrea y por el daño que causa en la salud moral de las personas. En cierta ocasión, Nuestro Señor Jesucristo dijo que del interior del corazón del hombre proceden los adulterios, las codicias, las maldades, la impureza, la envidia, la blasfemia, la altivez y la insensatez. Todo esto se incrementa cuando recibe el alimento nocivo de la pornografía.

Tomás de Kempis, en su pequeño libro titulado "De la Imitación de Cristo", nos dice: "que nadie hay tan perfecto y santo que algunas veces no padezca tentaciones, y aunque sean molestas y penosas, no dejan de ser a menudo muy útiles al hombre, porque le humillan, le purifican e instruyen. Muchos procuran huir de las tentaciones, y caen más gravemente en ellas. Debemos velar, sobre todo al principio de la tentación, porque en ese momento es más fácil vencer al enemigo".

La vida se encuentra estructurada de tal manera, que siempre se nos exigirá un poco más de lo que hemos sido capaces de dar. Es por ello que para iniciar el largo y difícil camino de la perfección debemos intentar seguir la huella de Jesucristo tratando de imitarlo en todo lo que se pueda. "Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto", nos lo dice con claridad en el Evangelio para marcarnos la mayor de las metas a seguir, y ello nos anima a dejar atrás la mediocridad, el conformismo, la permanencia por largo tiempo en el pecado y la fría indiferencia a las cosas de Dios.

Cuando un joven rico le pregunta a Nuestro Señor: Maestro, ¿qué obra buena he de realizar para alcanzar la vida eterna? Jesús le contesta: si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos. Díjole el joven: Todo esto lo he guardado. ¿Qué me queda aún? Díjole Jesús: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, y ven y sígueme. (Mateo, capítulo 19, versículos 16 al 22). Adaptando la respuesta del Maestro al tema que estamos tratando, se nos indica que la perfección se encuentra en un nivel superior al cual todos podemos y debemos aspirar, no importando el esfuerzo y el sacrificio que ello nos cause. Después de una fuerte tentación en la cual hemos caído, sentimos vergüenza de nuestros actos por haberle fallado a Cristo, a sabiendas de que padeció por nosotros, y muriendo en la cruz para salvarnos dio a la humanidad la oportunidad de vivir con dignidad el tiempo único e irrepetible que a cada uno le corresponde aquí en la Tierra.

Por amor a Él, podemos ofrecerle desechar los pensamientos moralmente nocivos, las miradas pecaminosas, los relatos obscenos, los chistes vulgares y las palabras groseras, porque eso no va con Jesucristo, no va con su ejemplo y tampoco con su palabra. Si logramos superar todo esto, si revitalizamos nuestro carácter, si mortificamos nuestro espíritu, podemos llegar a convertirnos en discípulos de su noble causa para llevar con humildad y coherencia el mensaje de salvación a todos los pueblos.

jacobozarzar@yahoo.com

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