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Más Allá de las Palabras

Y NI SIQUIERA SE DIERON CUENTA

Columna póstuma de Jacobo Zarzar Gidi

Muchas veces he pensado en todas aquellas personas que les tocó la suerte de vivir en tiempos de Nuestro Señor Jesucristo, pero que ni siquiera se dieron cuenta de su paso por este mundo. Su palabra, su vida y sus milagros, no fueron para ellos. Estaban ocupados en otras cosas y no escucharon hablar del Nazareno que insistía en el amor para con el prójimo y la comprensión hacia las personas que sufren, tomando en cuenta su dolor y sus carencias. ¡Fue una verdadera lástima, porque lo tuvieron tan cerca! Dos mil años después, a mucha gente le está sucediendo lo mismo. Jesús está con nosotros y no lo vemos, pasa caminando a nuestro lado y no nos damos cuenta. Estamos siendo invadidos por una oleada sin precedente de egoísmo, prepotencia, materialismo, falta de fe, inmoralidad y falta de esperanza. Por doquier observamos violencia en las calles, pandillerismo, violaciones a personas indefensas, parejas destruidas por el divorcio, prostitución infantil, abuso de poder, falta de caridad e indiferencia ante el dolor ajeno.

Estamos llegando demasiado lejos con nuestro comportamiento y algunas veces no merecemos llamarnos hijos de Dios. Cada vez se observan cosas peores en la conducta humana que provocan la desintegración de las familias. Existe una gran confabulación inspirada por el demonio para envenenar y deformar las conciencias. Y si no ponemos un hasta aquí a todo lo que se avecina, recibiremos como castigo el abandono de Aquél que un día por amor nos alojó en su pensamiento, y posteriormente nos creó para que la vida se nos diera y tuviésemos la oportunidad de existir por toda la eternidad. Nada más terrible puede llegar a sucedernos, porque de ser así, el hombre caminará a oscuras sin la ayuda de su Creador. No resistirá el peso de la cruz que le haya tocado cargar por no tener el auxilio de la fe y de la esperanza. No verá al prójimo como hermano, y las guerras proliferarán en todo el mundo. No tendrá la iluminación del Espíritu Santo que guía nuestros pasos y no recibirá la consolación del Padre Eterno.

Las parejas de casados que se han divorciado por falta de tolerancia y por no saber perdonar, no se imaginan el grave daño que con su actitud le están causando a su descendencia. Hace varias semanas, acudió a verme al sitio donde trabajo, una señora que en la actualidad es abuela, y no puede disfrutar el cariño de sus nietos, porque su nuera y su familia, no le permiten acercarse a ellos. Si la abuela no tiene absolutamente nada que ver con el problema de la pareja en conflicto, no veo la razón por la cual no se le permite visitar a los nietos. Mucha gente no se ha dado cuenta que así como los niños necesitan de sus padres, también es importante el amor de los abuelos. Nadie como ellos podrá entregar a los nietos ese cariño tan especial que emana de su presencia, esa fina ternura en la que envuelven sus palabras, esos abrazos y besos que se tornan en bendiciones cada vez que les dirigen sus palabras. Nadie como ellos podrán relatar esas anécdotas por demás interesantes que acontecieron en el siglo pasado. Nadie como ellos permanecerán a su lado cuando se enfermen, cuando sufran alguna decepción, cuando pierdan el rumbo y no sepan a quién recurrir. La fortaleza de los abuelos y su experiencia serán un paliativo que guiará sus pasos, que los hará soportar el peso de la cruz y que les dará entusiasmo para seguir avanzando. Nadie como ellos los enseñará a rezar con atención y a vivir con ese gran amor a Dios que nace del corazón; a tener fe y a soportar los duros momentos de la vida, porque los abuelos son un punto y aparte, son un paréntesis, son la sombra generosa que proyecta un árbol centenario y la luz de ese faro que aparece en lontananza. Los abuelos son parte importante en todas las familias, son alegría cuando juegan con los nietos, son maestros cuando los corrigen, son amigos cuando bromean con ellos, cuando les hacen magia, cuando les alaban sus ocurrencias y cuando se sorprenden de su gran inteligencia. ¡El mundo sería otro si no hubiese abuelos, y los domingos serían totalmente diferentes! Observar a los abuelos ayuda a los nietos a imitar su buena conducta, convirtiéndolos en luchadores incansables, en audaces enfrentadores de los problemas de la vida y en impartidores de la paz que el mundo tanto necesita. Los abuelos desean siempre lo mejor para sus nietos. Son capaces de llevar a cabo los mayores sacrificios por su bien humano y su bien sobrenatural. Están siempre al pendiente para que crezcan llenos de salud, para que mejoren en sus estudios, para que tengan buenos amigos, para que vivan según el querer de Dios, para que lleven una vida honrada y cristiana, para que contraigan con el tiempo un matrimonio santo y duradero. Los abuelos piden para los nietos, al Señor de la Vida, favores que jamás se hubiesen atrevido a solicitar para ellos mismos. Son después de los padres, los primeros educadores de la fe y con su ejemplo están forjando diariamente los cimientos de su vida futura. ¡Ojalá que recapacite la nuera divorciada y su familia, que actualmente están impidiendo con su actitud agresiva y egoísta, que la abuela, la abuela dulce y generosa de mi relato, visite a sus queridos nietos...!

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