He leído con atención el libro VIENTO DE NAVAJAS escrito por Juan José Cardiel Perales. En su interesante fábula descubro la gran preocupación del autor por el futuro de la humanidad que día a día avanza en su modernidad y en su progreso económico, pero que al mismo tiempo retrocede y se auto-destruye por el materialismo en el cual se desenvuelve, por el aniquilamiento del medio ambiente que le ha importado muy poco conservar y por la insuficiente espiritualidad que demuestra tener.
Los protagonistas de la odisea viven en una aldea que se encuentra localizada en un valle perdido rodeado de montañas prácticamente inexpugnables. Son los restos de una población que se vio diezmada por cinco guerras mundiales, y sin embargo, dentro de sus miserias materiales y espirituales, sorprenden con la sabiduría de sus reflexiones, como las de Nicodemo, el anciano con rasgos de apóstol, que habla a los suyos de un Dios que es el creador de todas las cosas y de todos los seres que habitaron y habitan en el universo. A pesar de los años transcurridos desde que el Hijo del hombre vivió en la Tierra y murió en la cruz, los habitantes del Valle del Teyra dialogan profundamente acerca de las Sagradas Escrituras para intentar despejar las incógnitas que se presentan, como también lo hemos hecho nosotros en determinada época de la vida.
Me he deleitado con las reflexiones inteligentes de sus personajes entre las que se encuentra la mención del sabio francés Lamartine que dijo: "Suprimid a Dios y se habrá hecho la noche en el alma humana". De allí la importancia de la fe y de la esperanza para sostenerse en los momentos de inseguridad, temor y oscuridad.
Y acerca del dinero -que en el mundo de hoy buscamos incesantemente- uno de los personajes exclama: "aunque el dinero tiene el don de hacer el bien, lleva el mal en sí mismo, lo cual es fácil de comprobar porque muchas de las veces hace al hombre malvado, avaricioso, ladrón o asesino".
El autor nos transporta en su relato, con una imaginación sorprendente, hasta el otoño del año dos mil novecientos ochenta y seis, y vemos al viejo Nicodemo acompañado de sus coterráneos "abriendo brecha con su mosquete al hombro y una mochila voluminosa de cuero a sus espaldas, un cuchillo ancho y grueso de cazador, un guaje a guisa de cantimplora, una lámpara de mecha y un atado de sogas de ixtle". Se trata de una expedición sumamente peligrosa en aras del bien común, para salir del valle en busca de una existencia digna y para alcanzar un sueño que han tenido durante varias generaciones. Pero, para conseguirlo, necesitan ir en contra de sus propias leyes y romper el vientre de la Sierra del Diablo, serranía que por más de cuatrocientos años los ha tenido presos y aislados del resto del mundo. Aquí el escritor nos representa su inconformidad con la realidad de la vida que lo hace intentar destruir los viejos esquemas que durante siglos han asfixiado a la humanidad, como la corrupción, la violencia, el engaño y la miseria que abundan en nuestro medio, amenazando con aniquilarlo, a menos de que algunos hombres y mujeres con valor y principios tomen la importante decisión de transformarlo para cambiar el mundo, permitiéndonos al resto de la gente salir a la superficie a respirar aire fresco.
"No obstante los contratiempos de orden físico como topográfico, los miembros de la caravana mantienen un espíritu de triunfo, por encima de su debilidad muscular." "Sólo un trecho más, sólo un trecho más", se repiten sus mentes presas del cansancio. Es el mismo agotamiento que muchas veces sentimos cuando intentamos avanzar y los problemas de la vida nos frenan. "¡Fe en Dios es la luz que necesitamos encender, cuando todo en nuestro derredor se oscurece...!".
Para mi persona es bastante claro, que Juan José Cardiel Perales hace gala en este libro de una gran sabiduría y una portentosa imaginación. Como si fuera un pintor de la alta escuela, dibuja en cada página la reflexión dolorosa que nos hace pensar en los errores cometidos, matiza magistralmente la emoción de la aventura saturada de peligros, la audacia de los actores y la entrega de los personajes que raya en heroísmo. Sus páginas son la protesta de un guerrero cuyas únicas armas son la pluma y el papel. En sus líneas expresa -sin decirlo- el sufrimiento, al ver que la dirección que ha tomado la humanidad no es la acertada y que tal vez se dirige -sin saberlo- a un profundo abismo de muerte y destrucción. Nos contagia su tristeza al ver que los árboles majestuosos ya no mueren de pie porque son derribados prematuramente por taladores asesinos. Nos hace rebelarnos al observar los mares contaminados por la negligencia y la falta de cultura de la gente, y nos estremece al señalar metafóricamente que muchos de nosotros somos culpables de que todos los días desaparezcan hermosas criaturas de la tierra que son irremplazables.
Manifiesta libremente su queja al darse cuenta que las viejas nubes que cargaban agua se han ido lejos y tal vez no regresen a los valles que tiempo atrás alimentaron. ¿Estando así las cosas, ahora quién podrá apagar los incendios forestales? Nos descubre en su escrito que el canto melodioso de los pájaros difícilmente podrá volver a escucharse entre los montes y que el águila -símbolo majestuoso de nuestra Patria- ya no cabalga entre los vientos, todo ello, porque el hombre no ha comprendido que ésta es su única casa y no tiene otro sitio a dónde ir.
Juan José observa una y otra vez el mundo y le parece una manzana enferma, caída de un árbol seco, yaciendo sobre la yerba flaca de los montes. Mira con detenimiento que el paisaje enmudece y que ya no canta los salmos de gloria que solía entonar. Nos invita con la lectura de VIENTO DE NAVAJAS a salvar el planeta, y de paso a rescatar al hombre que por su torpe manera de actuar está carcomiendo sus entrañas. Después de cerrar la última página del libro, todavía durante varias semanas he podido escuchar su queja, que no es otra cosa que el lamento sincero de un hombre valiente que con su denuncia desea transformarlo todo.
Participar en esta odisea junto a los habitantes del Valle del Teyra, me ha permitido recordar las palabras de Alexander Solzhenitsyn: "Todos los intentos para hallar cómo liberarnos del compromiso del mundo actual que nos lleva a la destrucción serán inútiles si no reencauzamos nuestra conciencia en arrepentimiento frente al Creador. Sin esto, ninguna salida se iluminará y buscaremos en vano. Para las enfermizas esperanzas de hace dos siglos que nos han reducido a la insignificancia y nos acercaron al borde de la muerte nuclear y no nuclear, sólo podemos proponer la búsqueda inmediata de la cálida mano de Dios que tan rudamente abandonamos al confiar sólo en nosotros mismos. Únicamente así podemos abrir los ojos a los errores cometidos, dirigiendo nuestras manos para enmendarlos. Nuestros cinco continentes están atrapados en un torbellino serio, si perecemos y perdemos este mundo, la culpa será sólo nuestra".