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Matrimonio y Familia

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LUIS F. SALAZAR WOOLFOLK

El Sínodo de Obispos de la Iglesia Católica sobre el Matrimonio y la Familia, concluyó en Roma el domingo pasado con un documento en el que los participantes reafirman la doctrina sobre el matrimonio como la unión de un solo hombre y de una sola mujer para toda la vida, como fundamento y origen de la familia.

La familia cristiana tiene una base antropológica en la naturaleza del hombre (biológica y psicológica), que se encuentra condicionada por la necesidad ineludible de proteger a la prole durante la etapa de formación y desarrollo hasta que puede valerse por sí misma (la prole), ya que en estado de naturaleza, ningún niño puede sobrevivir en solitario.

El largo proceso que implica la formación de los hijos alcanza en el tiempo a la mayor edad de los abuelos, lo que crea una cadena generacional que requiere que el vínculo matrimonial que es base de la familia se mantenga, lo cual da sentido el principio según el cual, el amor es para toda la vida o no es amor.

El modelo de la Sagrada Familia surge de un reconocimiento del orden natural, en el que los integrantes ponen a Dios en el centro. Es cierto que existen instituciones protectoras como las guarderías infantiles, los orfelinatos, las casas de retiro para los ancianos y los centros de apoyo para discapacitados o enfermos crónicos, pero tales ejemplos sólo se conciben como substitutos en caso de excepción, además de que el estado postmoderno muestra sus graves limitaciones para satisfacer las necesidades al respecto.

El Estado es incapaz por sí mismo de educar a la infancia y mantener integrados y protegidos a los ancianos, por lo que toda política pública sobre este tema solo puede entenderse de manera secundaria o subsidiaria en relación a la familia, que existe como organismo intermedio de la sociedad y espacio vital íntimo del individuo frente al Estado.

El Sínodo decepcionó a las expectativas políticas que buscan debilitar a la familia para efectos de control de un estado poderoso sobre el individuo aislado e indefenso, sin embargo sigue en pie la pregunta: ¿Se convocó el Sínodo para discutir lo obvio?

El Sínodo fue convocado para dar una respuesta pastoral a problemas que enfrenta la humanidad actual en el seno de la familia y por eso en el documento final, los Obispos dan gracias a Dios por los millones de familias que permanecen fieles al proyecto cristiano, a pesar de las críticas, la incomprensión y la presión política, generada por tendencias que pretenden imponer otras formas de organización familiar basadas en relaciones precarias o temporales, o las que equiparan el matrimonio a las uniones de personas del mismo sexo.

Las conclusiones del Sínodo buscan fortalecer la vida familiar a la luz de la Fe, y curar las heridas que producen los matrimonios desavenidos, los padres solteros y las madres solteras, los menores y ancianos en estado de abandono, los divorciados solos o vueltos a casar o los homosexuales. Todas estas personas requieren una atención pastoral específica, que el Papa Francisco pide que les brindemos desde la perspectiva de la Misericordia de Dios.

Los católicos divorciados y vueltos a casar por la ley civil son considerados adúlteros por la Escritura (Lucas 16:18) sin embargo, en el documento final del Sínodo los Obispos incluyen un párrafo que establece la posibilidad de que en algunos casos, los divorciados vueltos a casar participen de la eucaristía bajo su propia responsabilidad y discernimiento, con el apoyo de un sacerdote.

La posibilidad que ofrece el Sínodo no es un cheque en blanco para que los divorciados vueltos a casar, comulguen a discreción. Entraña una gran responsabilidad para los fieles que lo soliciten por considerar en conciencia que están incluidos en un supuesto especial atenuante o excluyente de culpa, en el caso concreto de que se trate.

Esta posibilidad aún está sujeta a la aprobación del Papa y a que se determine su forma de operar en la práctica. La misericordia de Dios es infinita, pero la advertencia está escrita: "Quien come el cuerpo del Señor y bebe su Sangre indignamente, come y bebe su propia condena...". (1Corintios 11, 26-29).

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