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'Me llamo Carlos Monsiváis y no pertenezco a...'

Agenda ciudadana

LORENZO MEYER
" '...Uno o dos jóvenes se acercan y me confían: 'esto ya no lo para nadie. Vamos a cambiar el país'. ¿Cuantas veces he oído esto?... ¿cuando sobrevendrá la desilusión' (2005)"— Lorenzo Meyer

Autodefinición. El título de esta columna corresponde al final de la reseña que hizo Carlos Monsiváis -mañana se cumplen cinco años de su muerte- de la toma de protesta de Luis Echeverría como candidato presidencial del PRI. Y es que la manera que mejor le cuadró a Monsiváis para definirse fue por exclusión. No, no pertenecía ni pertenecería al PRI ni a ningún partido político, pero siempre tomó partido. Si esa mañana estaba entre miles de acarreados priistas en un estadio, era para observar. Y su observación fue demoledora: definió al partido del Estado como un "camión de redilas rumbo a una concentración" y el objetivo de esa y cualquier otra de sus concentraciones lo resumió con las instrucciones que le dio la edecán: "Favor de agitar la banderita cuando llegue el Lic. Echeverría y mantener tres minutos el aplauso", (Díaz de guardar, [1970] pp. 309-310).

Monsiváis admitió que nunca se incorporó a la burocracia por razones estéticas, por no tener que responder a un "Oiga Monsivitos, ¿Por qué no le entra usted a la tanda de la Señorita Concha?" (Monsiváis, [1966], p. 39). Pero no era cierto, sus razones fueron estéticas sino morales. Por eso tampoco aceptó permanecer en las varias organizaciones de izquierda a las que se acercó. Se identificó con sus causas, pero no con sus prácticas. Fueron esas causas -las morales- más su educación como parte de una minoría religiosa -la protestante-, aunadas a una ilimitada curiosidad por su entorno social y cultural, a su prodigiosa memoria, a su dominio del lenguaje escrito -producto de infinitas lecturas- a la diaria inmersión en la prensa, a sus viajes, al gusto por el cine, lo que finalmente hicieron de Carlos Monsiváis el observador y crítico singular del México en que vivió y de su trasfondo histórico.

Indispensable e Insustituible. "El rey ha muerto, viva el rey" es una manera contundente de aceptar que nadie es indispensable, ni siquiera el rey. Y si la mayor autoridad de la época en que se acuñó ese lema podía ser reemplazada sin más, entonces cualquiera podía serlo. Sin embargo, a un lustro de la muerte de Carlos Monsiváis tenemos un claro ejemplo de que, en algunas sociedades y épocas, los vacíos dejados por ciertos personajes pueden permanecer y su ausencia convertirse en una suerte de presencia.

Púlpito de Observación. La crítica de Carlos a las estructuras y prácticas políticas mexicanas, a las subculturas de las clases y grupos urbanos -no buscó entender el complejo mundo campesino- de la segunda mitad del siglo XX, la hizo empleando un instrumento que en sus manos resultó siempre devastador: el humor, la ironía. No fue él el único en utilizar ese marro, pero sí el mejor para, de un solo golpe, demoler cualquier discurso del poder, cualquier falsa pretensión de políticos, banqueros, empresarios, altos burócratas, líderes, obispos, académicos, clases medias, etcétera.

La posición material y perspectiva moral desde la que Carlos Monsiváis se permitió hacer polvo la legitimidad de "los que mandan" en el México autoritario clásico, post clásico y de "la transición", la empezó a construir muy pronto. A los 28 años emitió un juicio contundente sobre su círculo inmediato que, a la vez, fue una autodefinición: "No admiro a mi generación: la veo demasiado uncida al régimen, la recuerdo siempre ligada a las generaciones anteriores en el empeño de ahorrarse trabajo, de disfrutar lo conquistado por otros. La veo inerte, envejecida de antemano, lista para checar y reinar... No sé si pueda llevar a cabo una obra siquiera regular, pero no sirvo para las finanzas o la política", (CM, p. 62).

La Otra Política. Obvio que Monsiváis no sirvió para las finanzas, pero sí sirvió, y muy bien, para "la otra política", aquella hecha en solitario, desde su estudio y afuera del aparato de poder -aunque observándolo desde cerca- y teniendo como base la ética que absorbió desde su infancia en la "Escuela Dominical" protestante.

Para Carlos, la represión de derecha o izquierda siempre se encontró entre lo injustificable. Y la del 68 fue el hecho a partir del cual juzgaría todo lo posterior. Después de Tlatelolco Monsiváis vio su entorno como "...una interminable tierra baldía donde octubre es siempre el mes más cruel...[donde] el edificio Chihuahua se erige como el símbolo...que nos recuerda y nos señala a aquellos que, con tal de permanecer, suspendieron y decapitaron la inocencia mexicana" (DG, p. 305).

Cuarenta años y muchos informes más tarde, el cronista afirmó: "Los allí congregados no tenían armas, creían con palabras de la época en el espacio distinto al sojuzgado feudalmente por el gobierno, asistieron porque no admitían ya el imperio del autoritarismo. Se le ametralló, ultrajó u envió a prisión por su fe última en la legalidad. Es terrible describir a un movimiento por sus víctimas, pero estas víctimas lo fueron por considerar posible la creación de alternativas", (El 68, [2008], p. 237).

Iguala. Carlos ya no presenció la culminación de la "guerra contra el narco" y sus cien mil muertos y desaparecidos, las masacres de San Fernando o Iguala, el retorno del PRI a la presidencia, la privatización del petróleo, el escándalo de "la casa blanca", la campaña electoral del Partido Verde ni decenas de eventos similares. Sin embargo, Carlos, con su ausencia, nos obliga a asumir y en cada una de esas instancia un juicio monsivaisiano. Se lo debemos.

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