El pueblo chileno es un paradigma para la democracia latinoamericana; en el siglo XX cruzó de la dignidad a la ignominia y retornó, con éxito y vergüenza, a la honorabilidad, siempre y únicamente a través del voto; por ello hoy le acompaña la prosperidad. Chile tuvo tres experiencias muy valiosas vía urnas electorales: En noviembre de 1970, Salvador Allende ascendió a la presidencia tras haber obtenido un triunfo popular en los comicios; se convirtió en el primer presidente socialista de América vía elecciones limpias. Su gobierno democrático vivió plagado de problemas creados por las fuerzas derechistas chilenas apoyadas por el gobierno de Richard Nixon, quien utilizó para dar un golpe de estado en septiembre de 1973 a uno de los más asquerosos dictadores latinoamericanos: Augusto Pinochet, hermano en mañas de Victoriano Huerta y émulo de Idi Amín. Pinochet mantuvo el poder dictatorial férrea mano por casi 17 años hasta que, en 1988, Chile vive un segundo momento decisorio popular con el No a Pinochet y el Sí a la democracia.
Entre 1998 y hasta su muerte en 2006, Pinochet fue procesado internacionalmente y en su propio país, recibiendo multas millonarias y meses de prisión, gracias a la existencia de condiciones democráticas producto de votaciones para presidentes y congresos efectivamente populares.
En México, después de una dictadura personal de 30 años, Francisco I. Madero asciende a la presidencia vía votación popular y elimina la reelección. Tras su asesinato llega la revolución armada, 1917 hace ley el sueño maderista, pero esta norma, como todo lo surgido por la vía violenta, no iba a servir de nada. Carranza quiso jugar con ella dejando un sucesor títere, eso le costó la vida. En 1924 Obregón sí logra dejar un sucesor a su antojo que le permita, en 1928 traicionar el ideal maderista y reelegirse legalmente. Cuando ya se veía eternamente en el poder, la balas visibles de un fanático religioso, y las ocultas de un grupo de matones callistas acabaron con ese sueño personal de Obregón, pero no con la institución de la reelección, sólo que ya no con carácter personal, sino como "reelección de casta"; así mantuvo el PRI el poder hasta el 2,000 en el que parecía que las cosas iban a cambiar, pero el mal manejo de un partido que siguió siendo oposición en el poder, que olvidó los principios con los que nació; que adoptó a ratas corruptas emigrantes de fiambres políticas y que no supo, ni pudo, ni se interesó por mantener el poder para el pueblo.
En 2012 viene la debacle de la democracia mexicana; Peña Nieto asciende a la presidencia, gracias a la compra de millones de votos y retoma la designación dedal a cargos políticos y económicos.
Ahora transitamos de la reelección "castal" a la "dinástica"; Coahuila es pionero en esta modalidad tiránica, otros estados lo imitan, pero ya pronto seguiremos viendo casos similares; hijos y hermanos suceden en los cargos de los padres, como si fuesen propiedad familiar: ¿Nombres? decenas aquí en Torreón, La Laguna, Coahuila, Durango, etc.
¿Qué debemos hacer los mexicanos de la segunda década del siglo XXI?
Entender que solamente a través del sufragio popular llegarán reformas reales, efectivas, que realmente beneficien al pueblo, no las falacias que promociona la propaganda del gobierno, fincadas en el embuste, la patraña, el engaño visual y la confusión de realidades. Todas las reformas del actual régimen han fracasado en lo que se refiere al beneficio popular; cualquiera: La educativa, ¿dónde está? Hay aún muchos profesores que cobran doble, que no acuden a las aulas ni se evalúan, pero si cobran. Esa reforma sólo beneficia a televisa que sigue llenando de bazofia la mente de los mexicanos.
Es verdad que la propaganda de la partidocracia está plagada de patrañas, todos los partidos las cantan y dan el tono, pero eso no justifica el no votar. Debemos entender que la participación ciudadana debe ir más allá del voto, pero si nos es posible dar más a la comunidad, por lo menos demos eso: Un voto razonado.
Entiendo y comparto perfectamente la desesperación y desesperanza del pueblo mexicano, sobre todo de los auténticamente pensantes, cuando ven oyen y sienten que los partidos: El oficial y los "de oposición" se agrupan contra el pueblo y se aconsejan para obtener privilegios económicos y de poder a costa del sufrimiento de millones de personas. Pero eso no justifica ni la violencia ni el retiro de la vida política negándonos a emitir nuestro voto. Al contrario, esa salida es un auténtico suicidio, una cobardía social, una traición a las próximas generaciones, ahora más que nunca debemos acudir a las urnas, debemos demostrar que somos conscientes de una triste realidad que se nos impone; si no deseas votar por ningún candidato, es muy comprensible, pero no acudir es un fraude a la historia, no acudir a sufragar es dejar que los mismos delincuentes políticos sigan lucrando a costa del pueblo, es permitir que lleguen a la cámara, sin restricciones, los malísimos candidatos que surgen de partidos "reparte lonches, despensas, tarjetas monex o televisores". Por cierto, muchos no logran sintonizarlos; a pesar de la "Reforma Energética" centenas de miles de familias no tienen electricidad en sus casas.
Creo honestamente, que quienes están pidiendo no acudir a las urnas, son intelectualoides telenoveleros o enemigos de la democracia; cómplices de la corrupción política y sicarios de la libertad, ya que los únicos beneficiarios de la ausencia del pueblo en las casillas electorales son los eternos demagogos. Además ha circulado una falacia más: "Que X% porcentaje de votantes ausentes nulifica las elecciones": Falsedad superlativa; en un sistema electoral de mayoría relativa, con un solo voto se gana una diputación; si sólo la mamá del candidato vota por él y nadie más acude a las urnas, con ese único voto es diputado.
El voto sí paga; con él las instituciones se fortalecen y la vida social alcanza niveles muy altos; las redes sociales son benditas; nos están enseñando la podredumbre que antes nos ocultaban, pero no son la solución al problema, ni votan, ni generan decisión política. Es indispensable acudir a emitir nuestro sufragio, por el menos peor, o por un ideal, por un principio, por una ilusión, pero debemos dejar constancia efectiva de que deben escucharnos.