En este país de milagrerías y de triste realidades, hace ocho días se llevó a cabo una función de lucha libre legislativa, una batalla campal que albergó en el ring a nueve o más luchadores rudos, un solo luchador técnico, así como un réferi oficial; fue un todos contra el luchador técnico y también entre sí con un árbitro ciego, mudo, con las manos amarradas y sin dientes.
Destacó entre los protagonistas el rudo verdoso, quien con sus múltiples verrugas inflamadas blandió infinitas artimañas para sofocar al púgil popular; a éste lo llevaron forzado al cuadrilátero; con sus bienes compraron el coliseo haciéndole creer que la lucha era para su beneficio y quien luego buscó infructuosamente impedir el oprobio que le imponían todos los bestiarios esclavistas.
Este luchador rudo verdoso, que hacía mancuerna con otro nefasto cirquero rojo, hizo gala de infinidad de marrullerías: Sacó una ficha de su calzoncillo y ralló la frente del luchador limpio; le arañó el rostro; le mordió la mejilla; le picó los ojos, hasta un piojo perdedor que le apoyaba picó e infectó al técnico; después azotó el rudo verdoso al luchador limpio lastimándole entendimiento y libertad; le intentó ahorcar con la rodilla en el cuello mientras se burlaba de él, mandando ya en plena lucha, mensajes a favor de su causa a los espectadores, lo que está prohibido, pero que el réferi jamás quiso ver.
Cada vez que el Rudo Verdoso realizaba una marrullería le aplaudían sus numerosos fans, un nutrido grupo de hambrientos, de la misma cuna que el luchador técnico, pero que habían sido comprados con lonches, mochilas, tarjetas que luego resultó no tenían dinero, así como con vales que ni conseguían medicinas y mucho menos trabajos; todo esto para que apoyarán al rudo e insultarán a los que no estaban con el corruptor de conciencias. Estos deshonrados seguidores del rudo habían entrado gratis a la función ante la complacencia de los cuidadores de la puerta que eran esbirros del verdoso y del rojo. Sucedió que muchos de los taquilleros legales y honestos no acudieron a la puerta de acceso porque les habían amenazado seriamente sí se presentaban a la arena y éstos prefirieron abandonar sus puestos que fueron ocupados por los secuaces del par de rudos rufianes que sólo permitían entrar a los comprados por los promotores de los mismos sucios contendientes.
Había aficionados que le gritaban al rudo verde que si no le daba vergüenza ser tan asqueroso y el, burlándose de ellos les hacía señas obscenas y se carcajeaba, mientras el referí lo apapachaba y él, el réferi, a su vez, insultaba a una parte del público por su origen étnico.
En un momento dado el rudo verdoso se tiró al suelo del ring fingimiento haber sufrido un golpe bajo, uno de los promotores de otros luchadores conocido como el "llamarado", gritó faul, faul y exigió la descalificación del púgil técnico; se descubrió que éste era uno de los entrenadores de otro luchador, uno que no había intervenido, tanto para maltratar al luchador limpio, pero el "llamarado", vendido al verdoso, le indicaba movimientos que chafaban su defensa y hasta alertaba a los rudos cómo golpearlo mientras él fingía ser de su equipo. Se sabe que el gran jefe supremo del espectáculo había comprado a los demás luchadores y a sus promotores para que todos le atizaran al luchador limpio, quien era el que pagaba bebida y bienes de los circenses; ese supremo ejecutivo que había logrado su puesto por ese mismo trayecto de destrucción del limpio, les había pagado muchísimo a todos los rudos por acudir a la arena y subirse al ring. El árbitro levantó la mano del rudo verdoso creyendo que él era víctima de un golpe ilegal, cuando fue éste quien los atizó. Al término de la contienda el réferi se tomó la foto con el verdoso y después se fueron a brindar a invitación del cirquero.
En otro coliseo vecino, un gladiador con amplio apoyo, venció con dignidad a todos los rudos coaligados contra él, venció a la mismísima comisión de Lucha Libre, los apabulló sin pertenencia a dicha liga erariovora; La justa ira cívica que inflama los pechos de los honestos mexicanos se desbordó en Nuevo León donde se abrió una significativa esperanza para todo el país: Su ejemplo invita a que tengamos fe en la fuerza ciudadana; llega a México una experiencia, un ejemplo que debemos aprender y que puede salvar a la sociedad mexicana. Allá el hartazgo si funcionó, ni los lonches, ni los materiales de construcción, ni los tinacos, ni el sucio dinero de la deuda estatal pudieron solventar la inmundicia de la lucha libre gubernativa. Pero esto sólo pudo suceder porque los fans del regio luchador sí acudieron en gran número al espectáculo y apoyaron a su líder, a diferencia del resto del país donde le abandonaron, donde prefirieron la comodidad del domingo que salvar a su nación del oprobio y la miseria que nos envuelve y tiznará largo tiempo.
La fuente eterna de corrupción y desventura, traiciona lo mismo a la nación que a las personas; coloca un velo a la vergüenza cívica y es surtidor de mentiras en promesas engañosas. No se debe seguir truncando más generaciones de mexicanos, debe existir un camino para salvar a las nuevas generaciones del terror PriVerde y demás ominosos protagonistas de la decadencia social.
En esta nación todos quieren y muchos logran pasar por encima de las instituciones: partidos políticos, CNTE; Peña Nieto y su gabinete de residencias majestuosas que vituperan al pueblo que las paga y no tiene ni la más mínima oportunidad de poseer una vivienda digna; y es que contra el hambre no hay argumento válido; ahí donde viven los más pobres; donde las conciencias se compran y los gritos de viva se venden al mejor postor, es donde el rudo verdoso y su bestial rojo siempre triunfan y jamás permitirán que esas personas progresen; saben que cuando ellos crezcan como ciudadanos, se acaban los votos cautivos, así pues, es mejor mantenerlos en la miseria económica, educativa, social y humana para que sigan siendo su cantera inacabable de votos duros. Esta historia se repetirá eternamente mientras siga habiendo pobreza extrema, así como falta absoluta de respeto a los mexicanos.