Grandes y majestuosas civilizaciones han encontrado su caída en el gasto excesivo a monumentos, palacios y construcciones innecesarias frente a las necesidades de su pueblo y las apremiantes situaciones que vive la sociedad; lo que después queda son ruinas e ingratos recuerdos.
La semana pasada se recordaron los 100 años de la muerte de un gran mexicano, un auténtico patriota de quien hace dos años, escribí y publique en este mismo medio, que no supo morirse a tiempo. Pues bien, este personaje edificó muchas obras monumentales con motivo del primer centenario de la Independencia mexicana, pero en esta ocasión me voy a referir a una de ellas que nos remite a experiencias que hoy siguen viviéndose y de las cuales, nuestros gobernantes no son capaces de aprender, sino que siguen cometiendo exactamente los mismos errores.
El llamado "Monumento a la Revolución" ubicado en la ciudad de México, no fue creado como muchos imaginan por los gobiernos priistas, sino que en realidad fue diseñado e iniciado en su construcción en los últimos años del porfiriato. Originalmente iba a ser el Salón de los Pasos Perdidos; un malogrado intento de edificar el Palacio Legislativo de los sirvientes de Don Porfirio, esos diputados que entonces, como ahora en Coahuila, sólo obedecen la voz del amo ejecutivo.
En 1897 el gobierno de Porfirio Díaz lanzó una convocatoria para el proyecto de un palacio legislativo de grandes dimensiones, en él se alojarían las cámaras de senadores y diputados. En septiembre de 1910, en plena efervescencia de los festejos del centenario, el presidente de la república colocó la primera piedra del monumento y aquel acto fue apoteótico. Pero justo pocos meses más tarde la construcción se detiene abruptamente por el inicio de la Revolución Mexicana. De la imponente construcción quedó sólo la estructura de acero central que se fue deteriorando con el transcurso de los años. En 1933 el jefe máximo Calles, ordenó al presidente Abelardo Rodríguez que sobre esa obra se construyera lo que ahora conocemos como Monumento a la Revolución, mismo que quedó concluido en 1938 y hoy conserva los cadáveres de varios líderes revolucionarios.
La soberbia de los científicos porfiristas no fue capaz de ver que se avecinaba una tormenta motivada por las graves carencias del pueblo mexicano, creyeron que su paso por el poder era eterno y que el pueblo podría soportar todo el peso de su dictadura. Construyeron grandes edificaciones y asaltaron el erario público convirtiéndose en multimillonarios mientras el pueblo sufría hambre y sed de alimentos y justicia.
En esta semana que termina, el cielo nos bendijo con grandes cantidades de agua, digo "bendijo" porque ello sería fabuloso si los diez mil millones de pesos que el gobierno de Eliseo Mendoza Berrueto dijo utilizar para construir el drenaje pluvial hubiesen sido aplicados al mismo; pero recuerde, estimado lector, que lo único que se realizó con ese capital público fue una zanja en la orilla norte del bulevar Revolución, misma que se tapó con rejillas metálicas que se destrozaban al ser rodadas por un vehículo pesado y que terminaron por desaparecer igual que las zanjas a lo largo de varios años y la ciudad sigue inundándose cada lluvia regular y desquiciándose con algunas de mayor intensidad.
Y como siempre, las colonias más humildes son las más afectadas; esas dónde los gobernantes acudieron cuando candidatos y jamás volvieron: Yo no soy de los que dicen "para que aprendan", entiendo la necesidad imperiosa de muchas familias que vendieron su voto por una mísera limosna para que sufragaran a favor de los candidatos del gobernador y sus sirvientes municipales, pero me pregunto si ahora, en medio del agua, misma que se ha introducido en sus hogares y destruido sus muebles y con el pavimento totalmente arruinado, servirán los tinacos, sacos de cemento o los doscientos a quinientos pesos y el menudo previo al acarreo a las casillas, para salvar la triste realidad de una contingencia ambiental provocada también por la corrupción en el manejo del cuidado del medio ambiente.
Dentro de esta triste realidad, la autoridad municipal anuncia la creación de un teleférico que costarán muchos millones de pesos y la presentación de una artista para el día del Grito que también costará mucho al municipio, no sólo en sus honorarios, sino en los gastos que además se cubren. De pronto siento que existe cierta soberbia en la creciente necesidad de los gobernantes por construir suntuosas edificaciones que si bien adornan, no ayudan directamente a quienes requieren de satisfacer sus necesidades esenciales.
Al mismo tiempo, piensan o quieren creer que el lucimiento de su administración se mide por los espectáculos que ofrecen a la comunidad humilde, por el costo del artista internacional que presentan en la ceremonia del Grito, pero no se dan cuenta que esos gastos desgastan las oportunidades de proveer de recursos en bien de alguna acción que solucione cierta necesidad urbana, el pavimento de la ciudad está destruido en gran parte, ya sabemos que no es su culpa directa, que es de la lluvia, (aunque si el pavimento fuese de buena calidad esto no sucedería); pero hay que repararlo antes de gastar en teleféricos y/o en artistas o en comidas para consejos ciudadanos que pueden reunirse a trabajar con un simple café con galletas. Existen en la región artistas populares que pueden divertir tanto o más a los asistentes a los actos ciudadanos y que no cobran nada y lucen lo mismo o más.
También me queda claro que muchos gobernantes buscan su proyección a nuevos cielos políticos, pero, ¿por qué no los acechan con acciones que satisfagan necesidades populares?, ésas que sí pagan en honorabilidad y credibilidad, máximo ahora que parece ser que habrá cambio en el timón decisorio de quién será el próximo gobernador del estado al haber alternancia en la cima de los partidos políticos.
Entiendan señores gobernantes, los organismos y ciudadanos preocupados por la problemática socioeconómica de la ciudad no somos sus enemigos y tampoco les estamos pidiendo nada para nosotros, estamos dispuestos a ayudarles sin buscar y aún menos, sin aceptar recompensa alguna, siempre y cuando sus acciones vayan encaminadas al beneficio general.