— Fiódor Dostoyevsky
Adolf Eichmann, teniente coronel de la SS Nazis, fue el responsable en Polonia de aplicar la "Solución Final", nombre con el que Hitler bautizó al exterminio de judíos durante el Tercer Reich. También colaboró con el traslado de prisioneros israelitas a los campos de concentración. Soldado competente en todos los aspectos, buscaba cumplir con precisión y celo excesivo, las órdenes recibidas, en especial en cuanto a las estadísticas de extermino, al grado de caer en crueldades durante las ejecuciones.
Terminada la guerra y derrotado el nazismo, Eichmann desapareció, pero los caza nazis lo localizaron en Argentina, lo secuestraron y lo llevaron a Jerusalén, donde fue enjuiciado. Dicho litigio causó gran controversial mundial, el gobierno judío lo realizó en forma pública. Eichmann se declaró siempre inocente, alegando que él sólo había acatado órdenes superiores; que él no era antisemita y nunca sintió odio por los judíos; simplemente cumplía con su deber; jamás aceptó culpabilidad personal en dichos actos. Finalmente fue sentenciado a muerte y ejecutado en 1962
Entre los cientos de periodistas que acudieron a cubrir el proceso, fue enviada la filósofa alemana radicada en Estados Unidos Hannah Arendt; profesora de la universidad de Princeton; ella permaneció atenta a las declaraciones de Eichmann y realizó un descubrimiento que transformarían la forma de ver la maldad en el siglo XX.
Arendt entendió que Eichmann representaba a un gran sector de los seres humanos, psicológicamente sanos, pero sin escrúpulos ni sentimientos de solidaridad con la humanidad o con la vida y su dignidad. Él estaba convencido de que "no era dueño de sus propias obras, que no podía cambiar nada". Poseía la incapacidad para pensar por sí mismo y abusaba constantemente de "frases hechas y clichés autoinventados". Era jactancioso al grado de preferir ser ejecutado que ser un "don nadie" y, finalmente, todo el mundo podía ver que este hombre no era un monstruo, su culpabilidad iba más allá de cualquier duda razonable, era normal, pero su maldad estaba cobijada por justificaciones y excusas.
En una sociedad donde el mal se estaciona en el gobierno, los estilos se difunden con facilidad y se extiende a prácticamente todas las áreas de la vida social; los violadores de la ley no son capaces de entender el mal como núcleo de sus acciones, son incapaces de sentir culpa y se autodenominan defensores del progreso social; destacan entre ellos los políticos, aunque no se exentan otros operadores de la vida civil. Sin embargo, en el ejercicio del poder es donde más se dimensionan esas actitudes.
Las autoridades de todos los niveles deberían ser el ejemplo de la promoción del desarrollo humano; son quienes dirigen a la sociedad y quienes manejan los recursos económicos y humanos. Las excusas de la corrupción gubernativa son tan obvias como cuando escuché la visión priista de crítica a la corrupción que impera en ese partido, su dirigente estatal se defendió alegando que los panistas y perredistas también son corruptos. Ello pues, justifica que si unos lo son, los otros pueden serlo también sin problema… En los partidos de reciente creación, la esperanza se muere en el vientre político, como el caso de Morena, cuyo actual presidente nacional invitó a la población de un estado a ejecutar robo formal, descarado y directo a las instituciones =no pagar el servicio eléctrico a la CFE…= Si bien ya desistió, aún así dejó constancia de su odio al orden, a la ley y a las instituciones, a las que años atrás ya había "mandado al diablo". Está claro que su populismo puede más que cualquier causa justa.
En el deporte organizado, México puede quedar fuera de las próximas olimpiadas; la injerencia del gobierno absolutista pesa sobre la independencia de federaciones deportivas; aun cuando a nivel internacional se lo prohíban y la propia Suprema Corte de Justicia de la Nación le haya dado la razón al organismo que se busca dominar, la terquedad maliciosa del sector gubernamental corrupto, podría dejar a deportistas mexicanos que se han preparado por muchos años, desfilando, en el mejor de los casos, bajo la bandera olímpica internacional, sin portar la mexicana que a ellos les gustaría defender.
En Coahuila, un ejemplo claro y preciso de banalidad del mal político es la protección a la circulación de automóviles con placas de un estado alterno: las organizaciones espurias a todas luces ilegales, que protegen vehículos introducidos ilícitamente; a ellos no se les sanciona, en cambio sí se castiga a quienes, siendo legales, no portan placas vigentes, esto demuestra que la aplicación de la ley tiene sentido recaudatorio, para nada la búsqueda de la legalidad.
Más ejemplos de la banalidad del mal que ha asaltado a los gobiernos mexicanos son: las deudas inmensas de los estados que han producido exgobernadores y exalcaldes inmensamente ricos y pueblos endeudados por años para pagar dichos excesos maliciosamente adquiridos con documentación falsa y apoyada por congresos complacientes vendidos al ejecutivo voraz. Son también maldades las encuestas arregladas, llenas de falsedades o realizadas de manera amañada para lograr resultados que ofuscan la comprensión de la realidad o aquel político que sabe perfectamente que existen problemas graves en su estado o ciudad y no sólo los niega, sino que dice todo lo contrario y justifica sus defectos culpando de ellos a organizaciones de la sociedad civil o a medios de comunicación honestos que lo critican.
Desde una perspectiva siquiátrica, las actitudes de obtener riquezas y poder a costa del dolor y miseria del pueblo, revela un trastorno sadomasoquista, una enfermedad mental y moral. Los criminales, al igual que los políticos, no necesitan dioses, aunque se apoyan en ellos con frecuencia para justificar sus crímenes.
Desgraciadamente la banalidad del mal no es animal en proceso de extinción; sino completamente a la inversa, está creciendo a pasos agigantados, se mueve al sabroso ritmo de la corrupción y es acogida por los gobernantes actuales y muchísimos de los anteriores; quienes actúan como auténticos "idiotas Morales" (tema que en breve abordaremos) y se radicaliza en empresas privadas y hasta asociaciones que se disfrazan de puritanas.
Hoy ya la ciudadanía se apresta a salvarse a sí misma y se organiza para alcanzar una plenitud en crecimiento ético, cívico y social.
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