Leonardo Boff
Plutarco Elías Calles, presidente de México de 1924 a 1928; amo y señor de la política nacional hasta 1936, fue el principal persecutor de la religión; en especial de la católica; a la que incitó con una serie de asesinatos, obligándola al cierre de sus templos y provocando una revuelta civil más; la llamada Guerra Cristera.
Calles buscó, incluso, crear una "iglesia católica mexicana"; mandó asesinar a decenas de sacerdotes y a miles de creyentes y sumergió al México posrevolucionario en un nuevo mar de sangre, no satisfecho por la derramada apenas un decenio antes en la Revolución.
Pero aquel que se había declarado ateo, jacobino irreverente de cualquier credo espiritual; enfermo, ignorado, alejado de los políticos que le despreciaban y ajeno totalmente de las jugadas del poder y, hasta repudiado. Aquel que, en su tiempo, decidiera que hoja del árbol de la república se meciera según su voluntad; ahora era un "don nadie". En los últimos cuatro años de su vida terminó aceptando un espiritualismo que esperaba le sacara del dolor del fin de su existencia física y le esperanzara en algo más allá de ésta. Asistía al menos, una vez por semana, a sesiones espiritistas en el Instituto Mexicano de Investigaciones Síquicas, invocaba los espíritus de varios fallecidos, entre otros al poeta Rubén Darío. Curiosamente, el día de su muerte, el 19 de octubre de 1945, se observó sobre la ciudad de México una gigantesca parvada de zopilotes, que los supersticiosos atribuyeron a un regocijo de los miles de muertos cristianos durante el "conflicto religioso".
Siguiendo al teólogo Leonardo Boff, apreciaremos que una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones constantes a lo largo de su vida. Decimos entonces que tiene carácter y buena índole.
¿Cuál la ética y cuál la moral vigentes hoy en la política mexicana? Las de la tranza, el contubernio corrupto y la impunidad. Su ética dice: bueno es aquello que permite acumular poder infinito y riquezas a costa de los demás. Su moral reza: Explotar los mejores puestos públicos y engañar al mayor número posible de personas, aprovechando el cargo para beneficiar amigos y familiares.
La ética social capitalista, ahora globalizada, no atiende la "voz interior" y solamente sigue el griterío de afuera, interiorizando el tener y el poder en lugar del ser. Evita y hasta huye de la capacidad de sentir en profundidad al otro. Es solipsista, centrada solamente en sí misma; mediatiza el saber y lo pone al servicio del poder y el poder lo utiliza como dominación y explotación, olvidando que quien está enfrente es también un ser humano; que es un "yo", es decir, alguien capaz de sentir y de valer íntegramente porque posee dignidad humana inembargable e inacabada.
Los políticos nunca captan y menos intiman el principio universal de Kant: "trata al ser humano siempre como fin, nunca como medio" y obligan a la comunidad a ver esa premisa como un concepto abstracto; sin posibilidad de que pueda encarnarse en la educación y menos aún en la política social. Más bien utilizan al ser humano como medio de su lujuria Midasica y su ambición Hitleriana. Ante ello la ética pierde el horizonte de trascendencia que deviene de la espiritualidad; de esa dimensión de la conciencia que permite al ser humano sentirse parte del Todo y abrirse a Él. Sin espiritualidad la ética se convierte en moralismos y legalismos ajenos al dolor humano y menos aún, al compromiso de crecimiento en el desarrollo social.
Parodiando a Gabriel Marcel, deberíamos recordar a un político comprometido con sus ciudadanos aquello de: "Amar a un pueblo es decirle: tú no morirás jamás, tú debes existir, tú no puedes morir". Cuando alguien o alguna causa se hacen importantes para el otro, nace un valor que moviliza todas las energías vitales. Es por eso que cuando alguien ama, goza la sensación de comenzar una vida nueva llena de satisfacciones y alegrías. El amor es fuente perenne de valores inconmensurables.
Y bueno, ahora que estamos en época navideña, muchos se acuerdan de Dickens y su "Cuento de Navidad", según el cual, un personaje funesto, casi casi como político mexicano: Ebenezer Scrooge; un avaro inglés, a quien no le importan los demás, lo único que le interesa es ganar dinero, es visitado por el fantasma de su socio muerto, sujeto de la misma calaña que él, condenado eternamente a una existencia lastimosa motivada por las maldades cometidas en vida; él le anuncia a Scrooge que ya carga con una larga cadena que representa las maldades que ha y está cometiendo. Le predice la visita de tres fantasmas: el de las navidades pasadas, que le muestra su infancia; el fantasma del hoy, que le exhibe cómo es él y cómo es el mundo ahora y, el fantasma del futuro, quien le pronostica un destino fatídico en caso de continuar con la mísera vida de orgullo y soberbia que lleva actualmente.
¿Se habrán dado cuenta nuestros políticos mexicanos de la larga cadena que arrastran ya hoy en vida y de lo que les espera en el futuro, cuando la sociedad tome conciencia de su valía y decida ser la arquitecta de su destino? ¿Entrarán en razón nuestros gobernantes estafadores y mentirosos? ¿Podrán percibir su oprobio los que saquearon al estado o endeudaron al municipio con gastos excesivos e inversiones lujosas innecesarias? ¿Aquellos que a base de declaraciones cínicas quieren ganar votos o posiciones de poder para enriquecerse con el erario público, disfrazándose con una falsa imagen en su apego al poder? Peor aún, aquellos que defendieron los intereses inconfesables de quienes realizaron contratos leoninos con daño al pueblo.
Tristemente, la realidad actual me lleva a creer que no habrá, para ellos, como concede Dickens a Scrooge, oportunidad de arrepentimiento y posibilidad de salvación. Ante la carencia de bondad, de entrega, de animosidad para ayudar a quienes menos tienen. Terminemos pues como el Cuento de Navidad en palabras del pequeño Tim: ¡Que Dios nos bendiga a todos!