Mi padre me mostraba la lejana silueta de los pinos en el filo de la sierra y me decía:
-Es la caravana de los Reyes Magos.
Yo, niño de pocos años, miraba los árboles, diminutos en la distancia, y descubría en ellos la forma de un caballo, de un elefante, de un camello, de hombres con turbante que cargaban baúles con regalos. Volvía a ver la altura al día siguiente, y me parecía que el cortejo había avanzado, que empezaba a descender por la falda de la sierra para llegar a mi casa.
De esto han pasado 70 años, y cada vez que por estos días veo el perfil de la montaña vuelvo a oír las palabras de mi padre. Hace 30 años las dije yo a mis hijos, y ayer las dije a mis pequeños nietos. Ellos dirán también esas palabras a sus hijos, y a los hijos de ellos. Éste es otro cortejo. Vamos en él mi padre y yo, mis hijos y mis nietos, y mil sombras amadas, algunas que ya fueron, otras que todavía no son. Es el cortejo de la vida, inacabable, eterno.
¡Hasta mañana!...