Murió el gran seductor -no hay quien pueda seducir a la muerte- y se vio frente a las puertas de la mansión celeste.
San Pedro, al apóstol de las llaves, lo reconoció en seguida.
-Eres Don Juan -le dijo-. No te permito entrar aquí.
El sevillano preguntó:
-¿Por qué?
Respondió el portero celestial:
-Amaste a muchas mujeres, y eso es un gran pecado.
En eso se apareció el Señor.
-Déjalo que entre -le ordenó a San Pedro-. Mayor pecado habría sido no amarlas.
¡Hasta mañana!...