Durante muchos días el invierno fue invierno en el Potrero. Apareció la neblina y nos desapareció. Se borró el paisaje; la montaña ya no fue. Todos los seres y las cosas dejaron de ser cosas y seres. Por fin ayer salió el Sol. Se levantó de pronto sobre los picos de Las Ánimas, y el mundo se levantó con él. El caballo, la vaca y las ovejas volvieron a relinchar, a mugir y a balar, cada uno según su partitura. La tristeza de los pájaros, que pensaban que el cielo había muerto, se convirtió en canción. Otra vez sonó la melodía de los niños en la escuela: “Dos por una dos; dos por dos cuatro...”. De nuevo en los tendederos de las casas ondearon las banderas jubilosas de la ropa que las mujeres ponen a secar.
Yo di gracias a Dios por este Sol; por el caballo, la vaca y las ovejas; por el cielo y los pájaros; por las mujeres y los niños... Igual le di las gracias por los días de invierno y por la niebla: me hicieron regresar a mí mismo; me regalaron su deleitosa soledad.
Ahora me doy cuenta de que me paso los días dando gracias.
Ésa, en verdad, es una gracia.
¡Hasta mañana!...