Llega el viajero al campo de Castilla y le parece estar en las planicies del norte mexicano. El paisaje se pinta de gris y ocre; aún sus cercanías están lejos.
El viajero recuerda antiguas lecturas de Cervantes y Machado. En este horizonte vive el espíritu de España. Eterno es ese espíritu; tiene la misma eternidad del hombre.
Mirar estas inmensidades es penetrar en el alma de las cosas. Aquí el silencio se oye y lo invisible se ve.
De pronto llega el viento. El polvo de la tierra se levanta, y con él se alzan los siglos y milenios, las edades del mundo. El viajero no sabe si sentir que es nada o sentir que es todo. Es un hombre. Eso es decir que es nada. Es el hombre. Eso es decir que es todo. El campo de Castilla es su cuerpo y es su alma, hechos del mismo polvo y de la misma eternidad.
¡Hasta mañana!...