Yo digo que hay dos maneras de ganarse el cielo: Una es ser infinitamente bueno, la otra es haber compuesto una hermosa canción.
Este segundo mérito es tan aceptable a los ojos del buen Dios, que ni siquiera tiene qué ser una canción como las de Beethoven, Schubert, Brahms o Strauss. Basta con que sea una canción de esas que sirven a los hombres para expresar su olvido y sus recuerdos, el gozo de su llanto y las penas de sus alegrías, su amor y desamor.
Así, supongo yo, hay un sitio especial en el Edén para los que han dado a los hombres, como regalo bello, letras y música para cantar. Imagino que llegará el compositor a las doradas puertas, y el Señor le preguntará qué hizo en la vida.
-Compuse la canción tal -dirá el compositor temblando un poco-.
-¿No es una que va así? -tarareará el Señor-.
-Esa es, Señor -responderá el compositor más animado-. Y me sé otras.
-Con ésa es suficiente -le dirá Dios-. Pasa, tus pecados te son perdonados.
Bienaventurados los que hacen una canción hermosa, porque ellos verán a Dios.