Ya lo sé: al leer esa primera línea pensarás que en su cántaro llevaba leche la lechera -¿qué otra cosa puede llevar en su cántaro una lechera?-, y pensarás que iba pensando que con el dinero que ganaría con la leche, sabiamente invertido, llegaría a ser rica y a tener casa y marido. Pensarás, finalmente, siguiendo el hilo de la fábula, que la lechera tropezó; que al caer se rompió el cántaro y se derramó la leche, y adiós sueños de la lechera.
Sé que pensarás todo eso.
No fue así. La lechera no llevaba leche en su cántaro. Vacío estaba el cántaro. La lechera buscó al fabulista y le quebró el cántaro en la cabeza. Le dijo:
-Para que no andes por ahí quebrando los sueños de la gente.
Desde entonces el fabulista ya no volvió a escribir fábulas.
La lechera y su cántaro le hicieron un gran bien a la humanidad: la libraron de las moralejas.
Cuídense los moralistas.
Por ahí anda todavía la lechera.
¡Hasta mañana!...