¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, cuando reprendía yo a mis pequeños hijos por haber hecho alguna travesura? Tú ibas hacia ellos y les hacías sentir que estabas ahí para consolarlos. Luego me mirabas con aire de reproche.
Cuando esté yo, Terry, en presencia de nuestro Padre común, él me reprenderá también -¡tantas travesuras he hecho-, y tú vendrás hacía mí, estoy seguro, para acompañarme en ese trance. No lo verás a él con aire de reproche -todo tiene un límite-, pero tu presencia me tranquilizará.
Nos mirará el buen Dios y me dirá:
-Algo bueno debes haber hecho si mereciste el amor de un perro así. Olvidaré tus travesuras, como olvidabas tú las de tus hijos. Anda, entra.
Me mirarás tú, Terry, con tus ojos de luz, y me guiarás por los caminos del cielo igual que me guiaste siempre por los caminos de la tierra.
¡Hasta mañana!...