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MIRADOR

ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

Pilatos no encontraba culpa en aquel hombre llamado Jesús que le presentaron para que lo juzgara. El acusado respondía con frases vagas a las imputaciones. Otras veces oponía un hondo silencio a las preguntas.

Algo tenía el hombre, sin embargo, que lo apartaba del común de los reos. Había en él una especie de extraña majestad. Consistía quizá en la dignidad que mostraba frente al escarnio de la turba, o en la profundidad de su mirada, o en la serenidad con que afrontaba el riesgo de la muerte. Por eso, y porque su mujer conoció en sueños la inocencia de aquel justo, Pilatos no sabía qué hacer.

Hizo traer a Barrabás, pues por esos días se regalaba al pueblo la libertad de un condenado. Presentó a la turba a Jesús y a Barrabás, y le pidió a la gente que dijera a cuál de los dos quería libre.

-¡A Barrabás! -gritó con una sola, enorme voz la multitud.

Así, Pilatos dejó libre al culpable y condenó a morir al inocente.

Se lavó las manos. Mientras se las secaba dijo para sí:

-Obré prudentemente: Dejé que el pueblo decidiera, y ya se sabe que el pueblo siempre tiene la razón.

¡Hasta mañana!...

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