QUE LE HICIERA UN MILAGRO. SÓLO ASÍ, LE DIJO, ACEPTARÍA LA FE.
El santo se negó: Le explicó al hombre que no es un buen creyente aquél que necesita de milagros para poder creer.
Se encogió de hombros el incrédulo y se fue.
Unas horas después Virila encontró al hombre. Con su hacha había cortado un árbol que crecía a la orilla del camino.
-No te entiendo -le dijo San Virila con tristeza-. Querías un milagro, y acabas de destruir uno.
¡Hasta mañana!...