Llegaba a mi casa fatigado, a veces en horas de la madrugada. Sin embargo, el Terry, mi perro cocker, me esperaba siempre, echado junto a la puerta, sin dormir. Cuando entraba yo se acercaba a mí, untaba a mis piernas su pequeño cuerpo y me miraba con aquellos profundos ojos suyos, un mar de inmenso amor. Luego se iba a dormir, tranquilo porque había llegado ya.
Yo me iba a dormir, también. Pero antes de cerrar los ojos intentaba una oración: "-Dios mío: ayúdame a estar a la altura de lo que mi perro cree que soy".
¡Hasta mañana!...